domingo, 3 de noviembre de 2024

[TRASFONDO] La Mesa Cuadrada

 ¡Buenos días! Hace escasos ídem se celebró en Madrid el II Encuentro Furia y Fuego, esta vez en formato por equipos, y los generales trajeron variopintas huestes y pretensiones. Entre estos generales estaba de nuevo Gragh, que ya ha escrito alguna vez por aquí, y que se ocupó de organizar el torneo Ruralhammer hace unos meses. Pues bien, ha preparado un trasfondo conjunto con sus compañeros de equipo, y hoy lo disfrutaremos todos.



Renua se volvió bruscamente tras notar un nuevo impacto contra su yelmo. La paciencia del caballero estaba prácticamente agotada y, de nuevo, increpó a las estúpidas criaturas verdes cubiertas de pieles, que se regocijaban molestando a los elegantes jinetes entre alborotadas y crueles risas, conscientes de que la tupida arboleda de cerrado matorral cubriría su retirada en el, probablemente próximo, momento en el que decidieran tratar de disciplinarlos. Cuando finalmente ese momento llegó, la cuña de caballeros del reino recién organizada fue detenida por el Conde Orlando justo antes de comenzar la carga, recriminando a los nobles guerreros su falta de entereza y por atender la inconstante lluvia de piedrecitas e inofensivos trozos  de metal y madera como si fuera una amenaza, eso no era propio de su posición y debían de aparentar, tanto como ser, dignos de sus gallardos linajes. Nadie protestó ante la llamada al orden, a pesar de que un caballero tenía un feo corte en el labio fruto de una pedrada, y otro había sufrido una herida grave al recibir el impacto de un clavo oxidado en un ojo. Los caballeros se tragaron su orgullo y se apartaron de la arboleda hasta quedar fuera del alcance de los proyectiles que los gnoblars lanzaban ahora contra el Pegaso del Conde, mientras éste se alejaba estoicamente hacia la variopinta reunión que tenía lugar a unas decenas de metros de allí.

Orlando alcanzó al primer grupo al trote, llegando al encuentro de los fornidos guerreros de piel pálida. Las plumas de su pegaso, una magnífica criatura que el Barón Letard de Parravon había regalado al conde en agradecimiento por salvar su vida en una de las cruentas batallas para liberar Gisoreux del Whaaagh Hacha Quemada, formaron un remolino de negros, pardos y blancos mientras la criatura se agitaba nerviosa ante la presencia de los ogros. -"Entiendo que tus exploradores no se atreven a provocar a tus guerreros Gragh, pero tengo un par de heridos y una columna de caballeros deseosa de aplastarlos bajo sus cascos. Sería un detalle por tu parte disciplinarlos como es debido".- El conde había hablado con la máxima cortesía, pero añadiendo el grado justo de amenaza en su tono como para que el déspota ogro entendiera la exigencia en sus palabras. Éste, rodeado por su séquito, dedicó una mirada desinteresada al caballero y devolvió la atención a su charla, no obstante despachó a uno de los tripasduras con un gesto para que repartiera un par de patadas entre los gnoblars, consiguiendo así que el bretoniano sintiera satisfecha su demanda.




A apenas veinte metros de la escena, pero invisible tras los arbustos para los situados en el claro, una solitaria y esbelta figura con cuernos de ciervo, observaba silenciosa como el barón continuaba su camino y se aproximaba al gran grupo de fornidas y menudas figuras acorazadas procedentes de Minas Rojas, que exhibían largas barbas blancas sobre las cotas de malla. El grupo de enanos discutía acaloradamente y se notaba que esta reunión era de tan poco agrado para ellos como para el resto de convocados. Sin embargo detuvieron su debate para recibir al bretoniano en silencio y con la mayor cortesía. El rey enano Beerdrackson, Jinete de Barriles, escuchó pacientemente el reclamo de premura del hombre. Sus razas, claramente, tenían diferentes percepciones sobre el paso del tiempo y la urgencia, pero aunque no estuviese acostumbrado a tratar con humanos, reconocía que tenían razones para formalizar cuanto antes la alianza, y solo tenía que pensar en un impetuoso barba joven para adaptar su propio ritmo al del barón. Beerdrackson  hizo un gesto a sus guerreros y éstos se apresuraron a cargar la pesada mesa de granito hacia la sombra del anciano roble que dominaba el claro. Al mismo tiempo, su orgulloso portaestandarte sacó un magnífico cuerno tallado en diente de dragón y lo acercó a sus labios enterrados profundamente entre la espesa barba castaña. Las graves notas llenaron el claro y, de inmediato, las huestes se pusieron en movimiento.

El claro se llenó con los colores del Condado de Gisoreux y de Karak Gal. Las pálidas pieles de los ogros eran lo único que compartían entre sí y el mosaico se completó con verdes y pardos cuando la hueste de elfos silvanos de Bel'aluap procedentes del bosque anciano reveló su presencia y dejaron atrás las arboledas que los habían mantenido ocultos. Los grupos formaron un enorme corro entorno al sagrado árbol, pero aunque todos salvo los ogros, a los que solo movía la voluntad de su déspota, tenían clara la necesidad de la alianza, mantuvieron las distancias con los otros. Los líderes de cada hueste avanzaron hacia el gran árbol mientras los veinte enanos que habían sido necesarios para transportar la mesa se retiraban de camino a las filas de sus congéneres.



Cuando Altheriel Piel de Roble, el noble cazador de la tribu de los Kurnous que lideraba la hueste de elfos silvanos se adelantó, su hueste se mantuvo silenciosa e inmóvil, salvo por el agitado balanceo de las dríades y el paso discreto de la cantora de los árboles Annelle, que lo acompañó una decena de metros hablando en voz baja un par de pasos tras él. En claro contraste, el Conde Orlando abandonó su grupo entre clarines y alabanzas a la Dama, y el caballero caminó con la cabeza alta y el paso orgulloso sin dejar de mirar al frente, con el orgullo y gallardía del que sabe que está haciendo historia. Más sobrio fue el imperturbable marchar del rey enano, cuyos guerreros acompañaron con un rítmico y coordinado golpeteo de las armas contra los escudos, que acompañaban el ondear de los estandartes del Clan Beerdrack. Por su parte, el alborotado griterío de los ogros y gnoblars fue tal, que apenas el déspota había avanzado tres pasos, se dio la vuelta para agarrar a una de las raquíticas criaturas que lo seguían y puso fin a la escandalera arrancando de un mordisco la cabeza del piel verde y arrojando el chorreante cuerpo contra la cara de sus propios escoltas antes de proseguir su camino todavía despotricando mientras los restos de la testa del gnoblar iban cayendo de sus fauces a medida que sus propios gritos se intercalaban entre el masticar. Los cuatro confluyeron bajo el anciano árbol, ocupando cada uno un borde de la gran mesa cuadrada y sentándose tres de ellos en los bancos ya que el déspota era demasiado grande para éste, y lo apartó para sentarse en el suelo quedando así más próximo a la altura del resto.

Orlando fue el primero en hablar. Era un buen orador y supo dar la debida importancia a las rencillas entre los habitantes del bosque y los enanos, y las evidentes cuentas pendientes de ambos con los ogros recién instalados en el territorio. Sin embargo, dijo, esta situación requería la atención de todos, y era innegable que tenían un mejor equilibrio entre ellos que el que traerían los invasores que ya marchaban hacia allí. El reciente descubrimiento de una colosal ciudad ancestral, aunque solo fueran los cimientos de ésta, supondría una inminente atención por parte de cada nación y raza del mundo, todas ávidas por explorar sus galerías en busca de tesoros y conocimientos perdidos, y resultaría mucho mejor para los intereses de todos afrontarla como una unidad que hacer cada uno la guerra por su cuenta. Señaló además, que si bien los elfos y enanos podrían argumentar que sus territorios no se verían afectados, su presencia allí delataba que no estaban convencidos de esto. Los bosques serían irremediablemente talados y el Karak invadido para convertirse en una base de operaciones o sus caravanas comerciales atacadas para saquear su cobre o, peor aún, la famosa cerveza fuego de dragón del Clan Beerdrack. Por su parte los ogros perderían la oportunidad de consolidar su recién fundado reino, y en cuanto a la baronía, sus campos y pueblos serían saqueados sin remordimiento alguno. No, no se gustaban, pero habían aprendido a convivir y sería un desperdicio tener que renunciar a esa paz.

La negociación fue larga e intensa. Altheriel destacó la naturaleza salvaje de los espíritus del bosque, y la dificultad que entrañaba adscribir su hueste a una campaña fuera de los límites del bosque anciano, Beerdrackson mantuvo una actitud parecida a la hora de plantearse grandes desplazamientos, pero ni a Orlando ni a Gragh Mascajetos esto les suponía ningún problema, y no fue complicado establecer un consenso en torno a los roles que podría desempeñar cada hueste. Aunque bosque anciano era un territorio modesto, la superficie forestal total del territorio que todos compartían era inmensa, los elfos podían moverse rápidamente y atacar o apoyar donde más falta hicieran, más aun teniendo en cuenta el número de jinetes y criaturas aladas de que disponían. Los enanos cubrirían cuanta necesidad hubiera de armas y armaduras, incluso dotarían a los ogros con multitud de cañones, y apoyarían toda acción en las inmediaciones del Karak. –“Cerveza tamb´ien”- Apuntó el ogro, mientras señalaba a Beerdrackson con ambos índices mientras acompañaba con un guiño del ojo una enorme y sincera sonrisa.  Orlando observó la cara de pocos amigos que Jinete de Barriles devolvió al déspota pero, en fin, era deseable que Mascajetos estuviera motivado por la alianza y, por muy valiosa que el rey enano percibiera su cerveza, éste también sabía que el ogro era un aliado que valdría el costo. Los bretonianos, por su parte, se convertirían en una devastadora fuerza capaz de desplazarse velozmente hacia cualquier batalla en campo abierto, y los ogros serían la fuerza taponadora en cualquier escenario posible, dando la cara y tomando la medida de cada fuerza invasora de cara al planteamiento de acciones conjuntas. En cuanto a sus propios intereses sobre la ciudad y sus tesoros, quedaron aplazados, si la guerra tenía que dar lugar, lo haría, pero para eso primero deberían sobrevivir a lo que se les venía encima.

Un par de horas después, los líderes se pusieron en pie, brindaron y estrecharon sus manos sobre la mesa antes de regresar con sus respectivas huestes. Gragh preguntó a Beerdrackson si quería que se la llevara de vuelta con los suyos, agarrándola firmemente con las dos manos y comenzando a levantarla ante la estupefacción del barón y la desdeñosa mirada del noble elfo. Pero el rey enano se negó, alegando que éste era el monumento que representaba esta alianza y era su deseo que permaneciera allí mientras ésta durase, ya que representaba que todos ellos compartían destino y eran iguales en importancia. Un poco decepcionado por no poder demostrar que su propia fuerza superaba a la de los veinte enanos que la habían colocado allí, pero complacido por la idea, el déspota dejó la mesa en su sitio y todos regresaron con sus huestes. Tan pronto volvieran a sus hogares comenzarían a dar los primeros pasos del plan, un plan pactado entorno a una Mesa Cuadrada.

Gragh



2 comentarios:

  1. Guapisima esta historia Vicente. Muchas gracias por trabajartela para FFII

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  2. Me ha gustado mucho Vicente y en especial varios detallitos. El comportamiento de los gnoblar con sus "aliados" me pareció desternillante pero a la vez muy realista, el sobrenombre de jinete de los barriles y el guiño final a La Mesa Cuadrada cerrando el relato. De 10.

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