¡Buenos días! Parece que Reik ha salido de su letargo, y rebuscando entre sus legajos se ha topado con un nuevo relato que compartir con nosotros, esta vez ambientado en Mordheim. ¡Que no falte trasfondo en el blog!
El guardia se agarró el cuello mientras su expresión mostraba la sorpresa más absoluta al notar un cuchillo clavado en su garganta. Después, mientras caía, sus ojos se iban apagando al tiempo que la sangre se escapaba a borbotones por la herida y la vida se extinguía. Su compañero, tras el sobresalto inicial, se puso en guardia desenvainando su espada corta y embrazándose el escudo para luego, con precaución, avanzar hacia el lugar desde donde suponía que había venido el certero lanzamiento.
Avanzó por el pasillo, despacio, mientras las lámparas de aceite provocaban sombras fantasmales que no hacían sino aumentar el miedo que sentía. Hubiera deseado correr, pero no estaba seguro hacía donde ir ni si podría estar a salvo en cualquier lado así que, por mera precaución, siguió avanzando.
Al llegar al cruce del pasillo miró a los tres caminos detenidamente. Pensó en varias opciones como ir a avisar a su patrón, volver a su puesto, dar la alarma o, simplemente, huir del lugar y nunca regresar. Al final, todas ellas se disiparon cuando observó al final del pasillo de su izquierda el leve destello de un cuchillo y lo que parecía el final de una capa en la esquina. Se colocó detrás del escudo, escondiendo su rostro y su torso de un más que posible ataque y avanzó con precaución para sorprender al despistado asesino.
Durante ese tiempo la tensión le pareció insoportable. Apenas respiraba por miedo a delatar su posición, aunque deseaba avanzar rápido y acabar con aquella tortura. Sin embargo, fue dando pequeños pasos mientras se cubría contra la pared. Y entonces, cuando estuvo cerca, lo vio, y al comprenderlo su cuerpo se paralizó. Clavado en la esquina había un cuchillo que sujetaba contra la pared una capa negra, que se movía con una leve brisa que entraba por una ventana entreabierta. Fue entonces a girarse, pero supo que no le daría tiempo. Un grito ahogado se escapó de sus pulmones cuando una daga larga le atravesó la espalda. Notó como una mano le tapaba la boca y contenía su último aliento de vida mientras caía lentamente en el suelo de donde sabía que nunca despertaría.
El asesino dejó caer poco a poco el cuerpo inerte del segundo guardia. Lo apoyó contra la pared y le cerró los ojos, borrando con un solo gesto la incrédula expresión del soldado. Luego, limpió la sangre de su daga con la ropa del difunto y la enfundó de nuevo para, acto seguido, recuperar el cuchillo arrojadizo de la pared y recolocarse la capa.
El
hombre respiró suavemente mientras tomaba unos segundos para tranquilizar su
cuerpo y pensar. Se encontraba en la planta baja y aún le quedaban dos más para
llegar hasta su objetivo, el hermano mayor de la familia von Kessler.
Tenía
poco tiempo hasta que descubrieran los cadáveres. Si daban la voz de alarma estaría
perdido. Y entonces, con toda la casa en calma, escuchó pasos detrás de él y
supo que algo estaba saliéndose de su control. Vio como otro guardia avanzaba
hacia donde había dejado el otro cadáver y sería cuestión de tiempo que lo
descubriera.
Mientras
respiraba se encerró durante un segundo en el mapa mental que era su cabeza. Se
vio a sí mismo dentro de la mansión que había estudiado hasta la saciedad y,
tras repasar todos los pasos que tenía que dar, abrió los ojos, decidido a
continuar.
Tomó
lo que necesitaba y dio la vuelta al corredor esperando ser suficientemente
rápido para llegar al cadáver antes que aquel guardia.
Matthias
Baumer odiaba su nuevo trabajo. Había estado en numerosas guerras cuando era
soldado habiendo sobrevivido una y otra vez. Disfrutaba de la lucha en campo
abierto y amaba la sensación de no saber si sería su última batalla. A decir
verdad, deseaba encontrar así su fin. Sin embargo, las cosas habían ido mal
desde que llegó a Mordheim. De todo el grupo con el que iba había sido el único
capaz de sobrevivir, pero allí, solo, sin ningún plan ni ningún fin, había
tenido que aceptar un trabajo como guardia privado de dos hermanos ricos para
seguir sobreviviendo.
No le gustaba, pero no le había quedado más remedio que aceptar. Le pareció curioso la cantidad de soldados que tenían, pero según se fue enterando los dos hermanos eran propensos a recibir intentos de asesinato por lo que preferían usar buena parte de su fortuna en su propia seguridad. Matthias sabía que no debía quejarse. Si bien le faltaba algo de acción a su vida el sueldo era bueno, comía tres veces al día y parecía poco peligroso. Siempre era mejor vivir en la seguridad de una mansión prestada que seguir paseando por las calles de esa maldita ciudad. Quizás cuando tuviera ahorrado lo suficiente podría permitirse el lujo de irse.
Y entonces, mientras los pensamientos de un futuro se arremolinaban en su cabeza lo vio, desvaneciendo de su cabeza cualquier otro estado que no fuera la alerta ante un peligro inmediato, mezcla de su instinto natural y de un exhaustivo entrenamiento. Tomó su enorme maza con fuerza mientras observaba al final del pasillo a los guardias tumbados en el suelo. Reconoció desde lejos el olor a sangre y supo que no estaban descansando. Dio pequeños pasos mientras se aproximaba hasta plantarse delante de los dos cadáveres. Se acercó al primero mientras observaba su rostro inexpresivo y un puñal clavado en su cuello. No lo reconoció. Luego se acercó al siguiente que estaba bocabajo, tapado por su propio escudo. Se acercó poco a poco mientras apartaba el escudo con la maza y se agachaba para girarlo. Entonces fue cuando el cadáver se movió.
Aún sorprendido, Matthias consiguió dar un salto para atrás y la daga larga del asesino sólo corto el fino pantalón de lana y le provocó un leve corte en la espinilla. Tras años de combate sus reflejos habían mejorado muchísimo esperando, inconscientemente, lo peor en cualquier situación.
Observó cómo el asesino lo miraba casi desconcertado. Vestía ropas grises y marrones y una capa negra junto a una máscara de tela que tapaba su rostro. Era dos cabezas más bajo que él, pero seguramente, pensó Matthias, sería mucho más rápido. Sin embargo, aquellos pasillos dejaban el espacio justo para que él maniobrara con su maza y, en combate singular, había poca gente capaz de batirlo.
Matthias
no esperó más, atacando con un golpe descendente que el asesino esquivó
saltando para atrás, cogiendo impulso tras el salto para intentar acuchillarlo
en el pecho. El enorme guerrero levantó su maza con un golpe de retorno y
desarmó al conmocionado asesino para luego, con un potente golpe en el pecho
derribarlo cuan largo era.
El asesino tosió mientras se llevaba las manos al pecho y Matthias se acercó a él con una sonrisa de pura satisfacción en el rostro. Apenas había durado unos segundos, pero de nuevo había salido victorioso. Miró al asesino que buscaba desesperadamente un arma y luego elevó su maza para aplastarlo de una vez por todas.
Sin
embargo, algo salió mal. No supo que era, pero notó sus piernas cansadas,
dormidas. Apenas podían aguantar su peso y, al final, cayó de rodillas mientras
sus extremidades inferiores dejaban de responder. Luego, el entumecimiento le
fue recorriendo el cuerpo lentamente, obligándole a soltar la maza. Miró como
el asesino se levantaba y recogía sus armas. Vio como un destello verde relucía
de una de ellas y lo supo, había sido envenenado. Maldijo al asesino, pero las
palabras murieron en su boca mientras caía desplomado. Observó como el asesino se
iba sin acabar el trabajo y lo dejaba allí, paralizado e indefenso.
...
El
asesino siguió su camino con más precaución que antes. El pecho le ardía por el
golpe de la maza y respirar se estaba convirtiendo en una tortura. Tenía alguna
costilla rota, estaba casi seguro. Además, la espalda le dolía tras la caída y
las piernas le flojeaban. Por suerte, el veneno había hecho efecto a tiempo. Un
segundo golpe habría significado su final.
Por un momento había pensado abandonar su misión y darse por vencido. Había usado toda su fuerza de voluntad para evitar rendirse.
Durante
el recorrido por la segunda planta se había cruzado con cuatro guardias más que
patrullaban. Afortunadamente para él lo hacían de forma individual por lo que no
presentaron complicaciones. Al primero lo había cogido por la espalda justo
tras subir las escaleras y de un rápido y brutal movimiento le había partido el
cuello. No era muy sutil y sí muy sido arriesgado, pero necesitaba soltar toda
la frustración que el enorme guardia le había producido antes.
Luego, más adelante, había sorprendido a otro guardia con otro de sus cuchillos arrojadizos, rematándolo en el suelo mientras el grito de ayuda de éste se ahogaba en sus labios. Al tercero le había tendido una trampa usando el cadáver de su compañero y una fina cuerda que ató a los dos extremos del pasillo. Tropezó al acercarse y, antes de saber siquiera qué había pasado, lo atacó desde las sombras acabando con él. Al último que vio, que vigilaba las escaleras de subida, simplemente lo atravesó a distancia con un disparo preciso de la pistola ballesta que portaba escondida. Después de eso su camino hacia la segunda planta estaba despejado y su ego parcialmente reestablecido.
El guardia que vigilaba la segunda escalera sufrió el mismo destino que sus compañeros. Apenas pudo balbucear algo cuando el filo de un cuchillo acarició su cuello con velocidad. Trató de no respirar, pero no pudo aguantar mucho. La sangre escapó abundante por la herida en cuanto tuvo que tomar aire. El asesino, como siempre hacía, acompañó el cuerpo lacio hasta el suelo para evitar hacer ruido y luego, sin ningún otro interés por la víctima, siguió su camino.
En
aquella planta la oscuridad era mayor, apenas había ventanas y las lámparas era
escasas, pero escuchaba la presencia de más guardias, aunque la mayoría estaban
parados en sus puestos. Estaban por parejas.
Anduvo por las sombras, oculto. Incluso se permitió el lujo de pasar por la espalda de un par de guardias que charlaban despreocupadamente. Observó la situación y miró al fondo hasta descubrir la habitación del mayor de los hermanos von Kessler, su objetivo.
Durante un largo tiempo permaneció quieto, casi sin respirar. Calculando la situación. Debía entrar en la habitación, pero no podía dejar a ninguno de los guardias con vida; de hecho, dudaba que pudiera entrar sin acabar con todos ellos. Su plan empezó a cobrar forma cuando, de repente, un agudo dolor le penetró por el omoplato. Aguantó sin gritar para no llamar la atención, pero no sirvió de nada. Una voz ruda y ronca gritó, movilizando a todos los guardias.
Un virote de ballesta se alojaba en su espalda y, al mirar al lugar de donde había provenido el disparo, observó al enorme matón andar hacia él. Sujetaba una ballesta ligera y su andar era lento y torpe. Los ojos del asesino se abrieron como platos. Nadie podía andar hasta después de unas cuantas horas de reposo y de haber aplicado un contraveneno eficaz. Aquello era imposible y, sin embargo, allí estaba. Se arrepentía ahora de no haber acabado con él cuando tuvo la oportunidad, aunque de poco servirían los lamentos. Intentó entonces moverse, pero el dolor le recorrió todo su cuerpo y cayó, indefenso, al suelo.
...
Matthias Baumer sonreía con la satisfacción del que sabe que ha hecho bien su trabajo. O quizás con la sonrisa de un cazador que ha conseguido engañar a su presa. Sea como fuere el asesino al que antes no pudo vencer ahora se encontraba en el suelo con un virote alojado en la espalda. Había dado ya la voz de alarma y los guardias lo tenían retenido en el suelo a punta de espada. Él, por su parte, se acercaba con paso lento pero firme mientras se deshacía de la ballesta y tomaba su preciada maza. Era hora de la retribución.
Cuando llegó los guardias se hicieron a un lado. Su expresión era tan fiera que nadie le dijo nada, aunque fuera el último en haberse incorporado a la plantilla de los hermanos von Kessler. Miró al asesino a los ojos disfrutando del miedo que vio en ellos. Sabía lo que iba a pasar. Iba a acabar lo que había empezado hacía un momento y ahora ningún truco sucio truco lo podría detener. Alzó su maza sobre su cabeza y la bajó inexorablemente hacia su enemigo.
-
¡¡Alto!! – Una voz, fina y joven, hizo que Matthias detuviera su ataque. Todos
los guardias se giraron para observar al mayor de los von Kessler que, envuelto
en una bata de seda y armado con una espada, se aproximaba hacia ellos. Todos
los guardias se cuadraron, pero Matthias no podía apartar su mirada del
asesino.
-
Señor – dijo el capitán de la guardia – hemos capturado a un nuevo asesino. Mejor
dicho, él lo ha capturado.
-
¿Cuál es su nombre señor? – dijo von Kessler que clavaba ahora su mirada en el
asesino.
-
Baumer, Matthias Baumer, señor – contestó mirando al joven noble.
-
¿Qué bajas tenemos? – preguntó entonces Friedrich von Kessler. El capitán de la
guardia miró a Matthias por si él tenía algún dato. Éste habló al darse cuenta
que todos lo miraban.
-
Que yo haya visto ha acabado con siete guardias en total, señor.
-
Siete ¿eh? – dijo Friedrich como si cavilara algo para su interior – Está bien
capitán. Volved todos a vuestros puestos. Traed unos grilletes y dejad al hombre
atado en mi habitación. Yo me encargaré del resto. Y en cuanto a vos, Broumer.
-
Baumer, señor.
- Eso. Mañana mismo nos encargaremos de vos, descansad el resto de la noche. El resto doblad vuestros esfuerzos y limpiad los pasillos de cadáveres.
Tras dar las órdenes pertinentes Matthias observó como todos volvían a sus puestos o a las tareas asignadas. Pensó en contradecir las órdenes y pedir poder encargarse del asesino. Sin embargo, no dijo nada. Aún notaba el efecto del veneno y, ciertamente, necesitaba descansar.
...
Ya era mediodía cuando Friedrich von Kessler vio entrar en el comedor a su hermano menor Jürgen. Le sonrió con cierta frialdad mientras le acercaba un frugal desayuno al tiempo que le daba los buenos días. El joven Jürgen apenas dijo nada y se dedicó a comer en silencio. Por su parte, Friedrich hizo tocar una campana y un criado se acercó al momento.
-
Florenz – dijo educadamente – avisa al capitán Ludwig que venga.
-
Enseguida señor.
- Y dile que traiga al nuevo soldado, el señor Broumer.
El criado se fue para regresar, casi al momento, con los dos hombres que, con una rápida reverencia, mostraron su respeto hacia los jóvenes nobles. Luego, el propio criado se inclinó levemente y se despidió para volver a sus labores. Con una tranquilidad enorme, Friedrich habló.
-
Mi hermano acaba de despertarse. Serías tan amable de ponerlo al corriente de
los últimos acontecimientos.
-
Claro mi señor – dijo mientras carraspeaba – ayer otro asesino asaltó la casa.
Mató a siete de nuestros hombres. Por suerte, fue detenido a tiempo.
-
Eso es. Por suerte el señor Broumer, aquí presente, lo detuvo antes de que
pudiera atentar contra nosotros.
-
Es Baumer, señor, Matthias Baumer – contestó el guardia intentando permanecer
tranquilo.
-
Eso era, perdón. En fin, eso era todo. Capitán, refuerce el cuerpo de guardia
con soldados que crea de su confianza. Además, pague al señor Baumer esta
semana con el sueldo de un mes, se lo ha ganado – entonces pareció acabar, pero
como recordando algo, volvió a hablar – ¿cuántas bajas sufrimos en el último
ataque Ludwig?
-
14 muertos señor. Todos los guardias aparecieron muertos y sólo yo pude herir
al asesino y obligarlo a huir – el capitán arqueó una ceja – ¿piensa acaso el
señor que pudo ser el mismo asesino?
-
No lo creo – dijo de forma rotunda – tenemos muchos enemigos, ha podido ser
cualquiera. En fin, sólo era eso. Pueden retirarse. No olvide las órdenes ni la
paga del señor Broum…señor Baumer, perdón.
- Así se hará señor
– dijo Ludwig inclinándose. Se fue a retirar cuando observó que Matthias no se
movía, buscando el valor para hablarle al noble. Lo miró a los ojos para que no
lo hiciera, pero no le hizo caso.
-
Señor si se me permite – dijo de pronto y, sin esperar autorización, habló – el
asesino me hirió ayer y, de no ser por mi consumo de Raíz de Mandrágora, el
veneno me habría dejado incapacitado, o incluso matarme. Quisiera saber, si no
es indiscreción, qué se ha hecho de él.
- Raíz de Mandrágora – dijo Friedrich pensando en voz alta. Luego, volviendo al mundo, contestó – yo mismo me ocupé de él ayer. Lo interrogué, torturé y, tras confesar, lo saqué de la mansión y lo dejé en la calle. Tal y como está ahora nuestra ciudad natal, no durará en sus calles mucho herido como estaba. Igualmente, nadie lo echará de menos. Ahora, podéis retiraros.
Matthias no estaba del todo conforme con la respuesta, pero igualmente se inclinó y abandonó la estancia. Sabía que la última frase había sido una orden y quería poder cobrar el extra de paga antes de que su patrón se arrepintiera.
...
Durante
un instante el salón permaneció en silencio. Finalmente, fue el propio
Friedrich quien habló.
-
Dijiste que reconocerías la verdad cuando la vieras – dijo – hazlo.
-
Fue mala suerte, lo sabes. No tengo que reconocer nada.
-
Jürgen – dijo Friedrich mirando a su hermano a los ojos. Éste tragó saliva.
- Está bien. Eres… - dijo mientras carraspeaba – eres mejor asesino que yo.
Friedrich rió mientras soltaba una palmada seca. Luego se acercó a un pequeño armario de dónde sacó una caja de madera y de ella comenzó a revisar ungüentos y pociones.
- Es todo cuanto quería oír, hermanito. Ya está demostrado – y luego acercándose a su hermano por la espalda concluyó – desvístete, tenemos que quitar el vendaje de ayer y evitar que la herida de tu omoplato se infecte.
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