¡Buenos días! Últimos coletazos de mes ya, pero mucha semana por delante, así que hoy la pausa para el café nos la acompaña un trasfondo más del VI Torneo Leyendas en Miniatura. En esta ocasión la emboscada no es cosa de hombres bestia, sino que conoceremos un poco más de los elfos silvanos que preparó Quique para el torneo.
Una fina lluvia de inicios de verano caía sobre el sotobosque, filtrándose entre las copas
de los árboles, mientras Durruk miraba con aire de suficiencia al resto de chicoz, que se
dedicaban a serrar los árboles a su alrededor. La madera de aquel bosque, en las faldas de Cerro
del Orco, serviría para reconstruir las precarias estructuras que formaban su guarida en la zona
alta del monte.
La noche se les estaba echando encima, y Durruk estaba de mal humor, pues no había
tenido la suerte de encontrarse a algún grupo de guardias de caminos o de aldeanos bretonianos
para divertirse con ellos. Paseando entre el resto de orcos, les instó a recoger la madera y volver
por donde habían venido, haciendo uso de una nudosa rama para apremiarles. Se montó
una pequeña pelea por ver a quien correspondía llevar los troncos más pesados, y Durruk estuvo
encantado de hacer uso de su estatus de jefe a base de golpes correctivos.
Cuando por fin estaban listos partir e hizo el recuento de los chicoz, Durruk descubrió
que le faltaban tres de ellos. Sin embargo, no pensaba esperarles, ya se las apañarían para
volver. Salieron de la arboleda y comenzaron a ascender por la ladera.
Cuando llevaban apenas unos minutos de ascenso, notaron una vibración en el suelo,
seguida de un evento para el que no estaban preparados: lo que parecía ser un
desprendimiento desde la zona alta. Con poco tiempo para reaccionar, los orcos que iban en
cabeza solo tuvieron tiempo para lanzar un ronco grito antes de ser sepultados por las enormes
piedras. El resto soltó toda su impedimenta y se lanzaron ladera abajo a toda prisa, seguidos por
la avalancha.
Al llegar abajo, ya fuera de peligro, se detuvieron a recuperar el aliento y a contar las
bajas.
Al otro lado del prado, en la misma arboleda en la que los orcos habían estado unas
horas antes, avanzaba Riordan al frente de sus jinetes. Como elegido de Kurnous, dirigía la
partida de caza convocada por la aeda Aleia, como todos los veranos. Habían seguido el rastro
de los orcos, y, de hecho, habían acabado con algunos de ellos, que se habían alejado, y la propia
hechicera había hecho uso del dominio de las fuerzas naturales para evitar que escapasen a su
guarida. Observó a los gigantes verdes mientras uno de ellos se dedicaba a aplicar disciplina a
base de violencia. Silenciosamente, se situaron al borde de la floresta. Aquellas criaturas no iban
a ver un nuevo amanecer.
En mitad de la noche, la clara nota de un cuerno de caza quebró el silencio. Durruk y sus
chicoz se giraron hacia la oscura sombra del bosque. Aquel sonido les heló la sangre, pero
consiguieron sobreponerse al miedo. Se escuchó el estruendo de los cascos de caballos al
galope. Durante unos breves instantes, el jefe orco sintió alegría. Creyó que se trataba de
vigilantes de los caminos, ya que no se escuchaba el tintineo de las pesadas armaduras de los
caballeros, y, además, no parecían ser demasiados. “Pobrez dezgraciadoz”, pensó mientras
sonreía. Pero esta se esfumó cuando pudo ver a los jinetes, que no eran para nada unos
desaliñados vigilantes de caminos bretonianos.
Riordan y sus jinetes se aproximaban al galope hacia los orcos. La luz lunar reverberaba
en la punta de su lanza. Los orcos lanzaban aullidos de combate mientras agitaban sus armas. El
noble enfiló hacia el orco más grande, que trató de adelantarse dejando caer su pesada arma
sobre el atacante. Haciendo gala de sus impresionantes reflejos, su montura esquivó el torpe
golpe.
Durruk, que un segundo antes había tratado de abatir al jinete de emplumado yelmo
que se abalanzaba sobre él, solo alcanzó a lanzar un ronco gemido cuando la lanza del elfo le
atravesó el cráneo a través del ojo, y todo su mundo se fundió en negro. El resto de orcos, tras
ver caer a su líder y unos pocos de sus compañeros, trataron de escapar hacia los peñascos, pero
no llegaron muy lejos. Tan solo un diminuto grupo logró alcanzar la relativa seguridad de las
escarpadas laderas…pero, de nuevo, las rocas les llovieron encima, ya no como una simple
avalancha, sino que parecían dirigirse hacia cada uno de los orcos que se alejaban lanzando
alaridos, que fueron apagándose hasta dar paso a un silencio sepulcral.
La gran cacería había tenido un excelente inicio. Sin duda, Kurnous estaba satisfecho
aquella noche. Y, desde luego, solo era el comienzo…
- Aeda mágico de nivel 4 con Corazón de Ranu, El Lamento de las Aldaboneras, Pergamino de Dispersión y Piedra del Lago de Cristal
- Cantor de los árboles de nivel 2 con El Atolondramiento de los Diablillos y Pergamino de Dispersión
- Noble silvano en corcel élfico, con Estirpe de los Jinetes de Kurnous, Lanza del Crepúsculo y Molestos Geniecillos
- Noble silvano portaestandarte de batalla con Armadura del Roble Eterno
- 9 dríades
- 10 guardias del bosque con músico
- 10 guardias del bosque
- 5 jinetes del bosque con músico
- 14 guardia eterna con campeón y músico
- 5 jinetes de Kurnous con corceles de Kurnous
- Hombre árbol
- Águila gigante
No hay comentarios:
Publicar un comentario