Hace escasos días que los
extranjeros llegaron a la isla, pero sus efectos se hacen notar. El día de la
tormenta, el hechicero había estado observando los acontecimientos desde la
distancia…los guerreros extranjeros parecían hormigas a sus ojos, actuando
desordenadamente cuando algo inesperado les había sacado de su ruta y su plan.
Como dos colonias próximas, se habían enfrentado nada más llegar a la isla, sin
siquiera pararse a pensar en su situación de desamparo debido a los naufragios.
Las distintas playas habían quedado como mudo testigo de las batallas, con
cadáveres varados en la orilla, armas desperdigadas, fragmentos de máquinas de
guerra…mientras la mayoría de los extranjeros habían tenido que abandonarlas
para guarecerse y recuperar fuerzas. Desde entonces habían empezado a
organizarse, a avanzar a través de la jungla y habían aprendido a evitar las
confrontaciones, más allá de choques de patrullas, incluso intercambiando los
primeros emisarios. Pero eran demasiado impetuosos y beligerantes para mantener
la cautela…
El hechicero se encontraba
sentado frente a una pequeña laguna, casi un charco, de agua casi cristalina, y
era consciente de que la calma iba a terminar. Con un rápido gesto, había
calmado la superficie del agua, hasta parecer de cristal. Cualquier observador
solo habría notado una quietud extraña, pero el anciano podía ver en ese
cristal…
Y lo que veía le parecía
interesante. Valiéndose de las criaturas de la isla, había espiado a algunos de
los líderes, y comprobado cómo planificaban conseguir una ventaja sobre sus
competidores. Ahora podía ver su fruto, dos ejércitos frente a frente,
midiéndose en la distancia, mientras algunos soldados escoltaban a algún
prisionero relevante. El hechicero sabía que el intercambio tendría pocos visos
de éxito…no todos los generales pensaban evitar el choque, y algunos tenían un
as en la manga…