Muy buenas a todos los seguidores del blog. ¿Creíais que me había olvidado de la campaña? Pues no. Estas últimas semanas se ha estado jugando la primera ronda (ya han acabado) y ahora vienen varias publicaciones sobre la misma y de presentación del segundo escenario.
Para empezar os traigo un relato de batalla (no es un informe, está escrito en tono trasfondístico) de la partida que jugaron los pielesverdes de Krag Unzoloojo (Jorge a los mandos) contra los imperiales de Fluxus von Raukov (Alejandro dirigiendo). Este relato es un aporte del propio Jorge, a mi juicio muy acertado, que os dejo tras el salto como aperitivo de las próximas publicaciones. Espero que os guste. ¡Gracias Jorge!
¡Muy conseguida la interpretación del escenario! |
Fluxus se despertó sobresaltado. Notaba las ropas empapadas y la boca llena
de tierra; a su alrededor se oían gritos, se lanzaban maldiciones, relinchaban
los caballos. La cabeza le dio vueltas al incorporarse. ¿Dónde diablos estaba?
Sobre él se desataba la tormenta. Ahora comenzaba a recordar; aquella
maldita tempestad había hecho volcar su barcaza cuando desembarcaba. Por todas
partes, sus hombres se afanaban descargando material mientras más barcazas
arribaban a la costa; un grupo de palafreneros trataba de llevar unos caballos
a tierra, tan aterrados que no paraban de lanzar coces y mordiscos, tirando de
las riendas.
Vio un oficial que corría hacia él, gesticulando mientras gritaba algo,
pero su voz se la tragaban los truenos.
-¡Orcos! ¡Orcos, mi señor!- exclamó entre jadeos, su mano señalando al otro
lado de la playa.
¡Malditas bestias! Necesitaba esa playa para desembarcar el resto de sus
tropas y organizar un campamento.
-¡Que todos los hombres disponibles formen para la batalla! ¡Que alguien
traiga mi caballo! ¡Acabemos con esa escoria pielverde!
Krag estaba furioso. Si ponía las manos encima de ese goblin inútil que se
hacía llamar a si mismo timonel… Esa sabandija pagaría por esto, vaya si
pagaría… Si había sobrevivido al naufragio, claro.
Miró alrededor con el ceño fruncido; unos goblins, que registraban el
cuerpo de un orco muerto, huyeron ante el brillo asesino de su único ojo.
Definitivamente, alguien iba a pagar por esto.
Su ejército estaba desordenado, más que habitualmente, demasiado incluso
para un orco. Ya comenzaban a montarse peleas aquí y allá; sus chicos
necesitaban acción o pronto no quedaría ni rastro de su ejército.
Notó un tirón nervioso de la pernera su pantalón y al bajar la vista se
encontró con la fea cara de un goblin sonriente, que señalaba excitado al otro
lado de la playa.
-Zonrozaoz, jefe. Allí.
Krag miró en la dirección que indicaba el goblin y sonrió. Apartó al canijo
de una patada y se dirigió a una manada de jabalíes, controlados a duras penas
por sus ansiosos jinetes. Saltó sobre el más grande de todos y alzó su
rebanadora.
Fluxus observó preocupado la horda pielverde, ya casi encima de sus tropas.
Sus hombres disparaban sus armas, pero la tormenta les impedía apuntar en
condiciones. Vio a un orco caer y ser pisoteado por sus compañeros, que
continuaron avanzando sin freno.
Dirigió su atención a un grupo de goblins que correteaba junto a los orcos;
si pudiera rodearles y atacar su flanco, sin duda esas cobardes criaturas
huirían en desbandada. Con una seca orden puso a sus caballeros en marcha.
Mientras maniobraban, vio como un pequeño grupo de sus hombres, demasiado
adelantado, se lanzaba a por unos goblins montados en lobos, tratando de
ahuyentarlos. Por un momento pareció que el asalto funcionaría; los goblins
estaban desprevenidos y no habían visto venir el ataque, pero los lobos sí
reaccionaron, lanzando dentelladas a su alrededor, ante lo que sus hombres
retrocedieron, arrastrando el cuerpo inerte de uno de sus camaradas. Siempre rodeado
de incompetentes, hay cosas que nunca cambiaban.
Un grito cercano le devolvió la mirada al frente. De entre el grupo de
goblins habían comenzado a salir de esos locos con bolas encadenadas y se
dirigían hacia allí. Fluxus ya se había enfrentado a aquellos chiflados
giratorios anteriormente y sabía muy bien lo peligrosos que eran. Sin dudar un
instante, hizo retroceder a los caballeros. Con un poco de suerte, el goblin
volvería contra sus propias tropas, no sería la primera vez que veía algo así…
Uno de sus hombres le llamó la atención, señalando a un jinete que se acercaba
al galope, un mensajero del otro flanco del ejército; deseó fervientemente que
fueran buenas noticias, no estaba de humor.
Zliggit no podía creer su propia suerte. Los jinetes de lobo que marchaban
delante de él habían dado media vuelta y salido corriendo, atropellando a
algunos de los otros goblins de su unidad; aquello no le sorprendió realmente,
ya que apenas unos instantes antes se habían estado cruzando insultos entre los
dos grupos, además de alguna que otra flecha. Apenas sí había conseguido
mantener el precario orden de sus chicos tras la estampida de los lobos, cuando
vio lo que la había provocado: varios humanos montados sobre caballos cargaban
contra ellos, completamente cubiertos de brillante armadura, las enormes lanzas
en ristre, los caballos bufando y echando espuma por la boca. Elevando una
plegaria a Gorko y Morko, empezó a gritar órdenes a los otros goblins,
instándoles a aguantar firmes (o todo lo firme que puede estar un goblin frente
a un caballo al galope, claro). Los caballos se les echaron encima, pisoteando
y dando coces, mientras los goblins correteaban a su alrededor y por debajo de
ellos, pinchando con sus diminutas espadas, tratando de perforar la gruesa armadura
y cortar las cinchas de las sillas. Zliggit estaba convencido de que iba a
morir; sorprendentemente, no fue así. El caos de la refriega aminoró y Zliggit
vio con asombro que los humanos se alejaban al galope. Agradeció a Gorko y
Morko su ayuda, pero los dioses verdes tenían otros planes. A su alrededor, sus
muchachos empezaron a jalearse unos a otros, señalando a los caballeros,
riéndose y tirándoles cosas; pronto, uno de los goblins echó a correr, seguido
de cerca por sus animados compañeros y por Zliggit, que corría tras ellos
gritándoles insultos y tratando de reorganizarles. De pronto, los humanos
frenaron, dando la vuelta a sus monturas y encarando a los goblins, cuyo
entusiasmo se fue enfriando. Los goblins más adelantados intentaron frenar, pero
sus excitados compañeros, tan ansiosos de sangre como ajenos a lo que
verdaderamente les aguardaba enfrente, continuaron la carrera, empujando a
aquellos que se paraban, pisoteando a los que caían. Zliggit se encontró de
nuevo temiendo por su vida. Los goblins caían a montones, cercenados por las
espadas, aplastados por los caballos o por sus propios camaradas; pronto, un
goblin echó a correr, seguido de cerca por sus aterrorizados compañeros y por
Zliggit, que trataba de poner la mayor distancia y el mayor número de otros
goblins entre los jinetes y él. Maldijo a Gorko y Morko, mientras planeaba a
quien culpar de aquello cuando Krag preguntara; desde luego, no podía creer su
mala suerte.
Basado en hechos reales... |
Fluxus asintió satisfecho ante el reporte enviado; al menos al otro lado
del campo de batalla las cosas parecían ir bien, Von Rickland y sus caballeros
estaban realizando un buen trabajo. Aun así, estaba intranquilo, no se
caracterizaba por confiar en sus subordinados. El enorme regimiento de orcos
que avanzaba por el centro se había parado justo en medio de la playa, en la
que, según el breve estudio de la zona que había podido realizar, sería la
mejor localización para levantar el campamento; era como si aquellas bestias
fueran conscientes de la importancia de aquel lugar. ¿Por qué los artilleros no
mandaban a esos monstruos al infierno? ¿Acaso no se había descargado ninguna
pieza de artillería? O, pensó con un escalofrío, ¿habrían acabado en el agua,
gracias a aquella dichosa tormenta? Maldijo entre dientes, de ser cierto, sería
un serio problema para la expedición… Bueno, tenía problemas más inmediatos que
atender. Si conseguía liderar una carga con sus caballeros contra el flanco de
aquella muchedumbre de orcos, abrumarlos y desbandarlos, la playa sería suya y
se facilitaría cazar a los pielesverdes supervivientes más tarde; solo la turba
goblin que había lanzado a los maníacos aquellos se interponía en su camino…
Bah, eran goblins, saldrían huyendo al ver a los caballos dirigirse hacia
ellos; lo verdaderamente peligroso era esa manada de jabalíes con orcos
montados encima, que se acercaban amenazantes. En ese momento, vio como el
último de los goblins con cadenas que seguía vivo se dirigía hacia los
jabalíes; aquello los mantendría entretenidos un rato. Era su oportunidad. Bajó
la visera del yelmo, desenvainó su espada y alzándola sobre su cabeza, dio
orden de avance. Entre el tintineo de las armaduras, el regimiento de
caballeros se puso en movimiento. El trapaleo de los cascos de los caballos
aumentó su intensidad según fueron pasando del paso al trote, del trote al
galope, hasta rivalizar con el retumbar de los truenos, ellos mismos
convertidos en una tormenta dispuesta a descargarse sobre aquellos sucios
goblins. Para sorpresa de Fluxus, aquellas pequeñas criaturas se dispusieron
para el combate, enarbolando esos tristes palos que llamaban lanzas. Bueno, se
dijo sonriendo, pronto lamentarían su decisión…
Krag no entendía a los humanos. Primero, un pequeño grupo se había lanzado
sobre los jinetes de lobos para, inmediatamente, huir de ellos; y después, unos
humanos sobre caballos habían avanzado hacia los goblins, para volver a
retroceder cuando salieron unos cuantos “fanáticoz”, como llamaban los chicos a
sus drogados camaradas; si Krag no supiera que era imposible, pensaría que
tenían miedo de los goblins… ¡Miedo de unos goblins! El disparate le dio ganas
de reír a carcajadas, pero un vistazo al resto del campo de batalla se las
quitó de golpe. Los lobos habían salido corriendo en persecución de los humanos
y Krag no veía rastro de ellos desde hacía rato; y aquellos otros idiotas se
habían detenido en medio de la playa, en vez de seguir avanzando hacia los
humanos; ya se encargaría de enseñarles a seguir los planes la próxima vez…
Trató de centrarse en los humanos con caballos, ya que parecía que se disponían
a avanzar de nuevo sobre los goblins. Bien, que se entretuvieran con los
canijos, eso le daría tiempo de llevar a sus chicos hasta ellos; solo tenía que
rodear a aquel goblin loco que seguía dando vueltas de aquí para allá; de
hecho, pensó, parecía que estaba más “aquí” que “allá”… ¡Por Morko, ese imbécil
se dirigía justo hacía ellos! Los otros orcos también lo habían visto e
intentaban apartarse de su camino, entorpeciendo los movimientos de los otros,
formando un barullo en el que Krag se vio atrapado. No tenía manera de
esquivarlo, ya casi lo tenía encima… El goblin dio un traspiés, pisó una
piedra, resbaló y, enrollándose en su propia cadena, fue a caer delante de
Krag, retorciéndose y echando espuma por la boca. Krag reprimió un suspiro de
alivio y echó una feroz mirada a su alrededor, ante lo que sus chicos se
apresuraron a recomponer el escaso orden habitual. Con un rugido, Krag y los
jinetes se lanzaron a la carga contra los caballeros humanos, aplastando al
goblin encandenado por el camino, que quedó convertido en una mancha
sanguinolenta. Dirigió a su jabalí contra el lateral de un caballo,
embistiéndolo y lanzando por los aires a su jinete, cayendo encima de un montón
de goblins, que rápidamente lo cubrieron, acuchillando, arañando y mordiendo. A
su alrededor, los orcos mataban caballeros y aplastaban goblins por igual. Krag
vio como un humano, con una armadura dorada y brillante, levantaba su espada y
la movía en el aire, a lo que siguió el sonido de un cuerno; los humanos huían,
directos contra los chicos parados en medio de la playa. Krag esperaba que esos
patanes hicieran su trabajo en condiciones y remataran a los humanos; y que le
guardaran la armadura dorada, si sabía lo que les convenía…
Guff trataba de imponer el orden entre los muchachos, dando capones y
chocando unas cabezas con otras, mientras lanzaba maldiciones e insultaba a
aquellos inútiles. Dos de sus chicos se habían enzarzado en una discusión por
cuál de los dos mataría más humanos y, antes de que se diera cuenta, la mitad
del grupo se estaba peleando, mientras la otra mitad jaleaba y animaba a unos u
otros; pronto, esa mitad también se sumó a la pelea y Guff no tuvo más remedio
que dejar de animar e intentar que volvieran a sus puestos. Iba a asestar un
golpe cuando se quedó con la mano en alto, sorprendido y confuso. ¿Por qué
había un caballo con un humano montado encima allí en medio? ¿Y, aún más
importante, por qué el humano no estaba muerto? A su alrededor, los otros orcos
debían de haber pensado lo mismo, ya que varios dejaron de pelear entre ellos y
se lanzaron a por el humano. Por todas partes los orcos dejaban sus disputas y
se centraron en aquellos caballeros que habían aparecido de repente. Guff se
fijó en uno, cubierto de una bonita armadura dorada; si se hacía con ella antes
de que Krag la viera sería suya y entonces sí que le respetarían aquella chusma
de incompetentes… Dio un tajo con su rebanadora al humano que tenía enfrente,
rajándole de arriba abajo, y se dirigió hacia aquél de la brillante armadura.
Vio como el humano lanzaba espadazos a diestro y siniestro, pero no pudo evitar
que varios de sus chicos lo desmontaran. Guff apretó el paso, no podía
dejar aquella bonita armadura en manos de aquellos idiotas avariciosos. Ya casi
estaba donde había caído el humano y había empezado a apartar a los orcos que
se peleaban por alcanzar el botín, cuando un ruido atrajo su atención. Los
rugidos triunfantes de los orcos se iban convirtiendo en aullidos de dolor,
mientras que eran sustituidos por un clamor de voces humanas, acompañadas por
el sonido de una trompeta. Alzó la vista y observó como una fila de caballeros,
en perfecta formación, se abría paso entre sus chicos, tajando y rajando,
matando y aplastando. Además, por el otro lado, también se oían voces humanas;
estaban rodeados. Aunque Guff no podía ver cuantos había, seguro que eran
demasiados; lo mejor sería retirarse y reordenar sus filas, esperar una mejor
oportunidad… Sí, seguro que eso es lo que Krag querría que hiciese. Guff echó a
correr, seguido de cerca por el resto de orcos. Ya combatirían otro día.
Fluxus acuchillaba y cortaba desde el suelo, cegado por su propia sangre,
que corría desde su frente, defendiéndose a duras penas de aquellos brutos
descerebrados. ¡Malditas bestias! Aquellos goblins habían resistido lo
suficiente como para recibir el apoyo de los orcos en jabalí y, por si aquello
fuera poco, al retirarse se había visto atrapado en medio del enorme grupo en
medio de la playa. Ahora, desmontado y solo, sabía que moriría allí; no podría
mantenerlos a raya mucho más tiempo. ¡En mala hora había ido a aquella maldita
isla! De repente, una trompeta. ¿Era posible o le había jugado una mala pasada
su desesperada imaginación? De nuevo, oyó el claro sonido de la trompeta.
¡Bendito fuera Sigmar, sus hombres acudían en su ayuda! Consiguió ponerse en
pie y vio como los caballeros del teniente Von Rickland se abrían paso entre
los pielesverdes. A su alrededor, los orcos comenzaron a vacilar, algunos
soltaron sus armas y empezaron a correr, los que no lo hicieron fueron
masacrados por lo caballeros. Agotado y sangrando, limpió su espada y la
envainó. Von Rickland se aproximó a él. Desmontó y levantó la visera de su
ornamentado casco y le saludó marcialmente. Fluxus le hizo un gesto para que
descansase.
-Creímos que no saldría de ahí, señor. Me alegra verle en pie.
-¿Dónde demonios estaba teniente? Dése más prisa la próxima vez.
-Lo lamento señor, -realizó una pausa respetuosa ante el oficial mando- los
orcos huyen. La playa es nuestra.
-Bien. Comenzad a montar el campamento. Tenemos una isla que explorar.
Krag estaba frustrado. Aquellos inútiles no solo habían decidido pararse en
medio de la playa, no solo no habían matado a los humanos que él había hecho
huir; no solo habían dejado que les rodeasen los otros humanos; sino que,
además, habían echado a correr. Cargar ahora sería una locura suicida y, aunque
ardía de rabia y deseaba matar humanos, valoraba su propio pellejo y sabía
cuando era mejor esperar. Con un gruñido, hizo girar a su unidad y emprendió
camino en la dirección en que huyeron aquellos inútiles. Alguien iba a pagar
por aquello, iba a pagar caro… Si conseguía reagrupar a su ejército, claro.
Mola,Enhorabuena Jorge (y a Edu) por el relato, me ha metido en primera persona en la refriega, además parece que has salvado a Fluxus. Muy épico
ResponderEliminarMuy chulo! Aunque faltan más fotillos de la batalla! :D
ResponderEliminarGenial el informe de batalla novelado :)
ResponderEliminarGracias a todos. Siento no haber metido más fotos de la partida, pero es parte de la campaña, y de momento los jugadores no tienen mucha idea de que hay en las listas de sus posibles rivales, con lo que hay que preservar (más o menos) esa información. Pero tengo las fotos guardadas para enseñarlas al final en plan galería probablemente.
ResponderEliminarComo moola!! Me encantan los informes narrativos! Ganas de más!!
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