Muy buenas fieles lectores. Hoy Narbek va a proseguir con su relato, asegurándose de sumergirnos en el Viejo Mundo (el Viejo Viejo, no el Nuevo Viejo), con esta intrigante historia trasfondística por capítulos.
Sino has leído las entregas anteriores, puedes hacerlo aquí:
Primera parte
Guido caminaba de un lado para otro sin parar. Estaba tardando
demasiado.
-Parece nervioso, capitán –le dijo el hombrecillo.
Su actitud contrastaba completamente con la del mercenario; de
pie, con las manos cogidas tras la espalda, apenas sí se había movido en todo
este rato.
Guido paró su constante ir y venir, girándose para mirarlo.
-¿Nervioso? No, ¿por qué habría de estarlo? Solo estamos en
territorio enemigo, cerca de un templo lleno de seguidores de los Dioses
Oscuros, con nuestras fuerzas reducidas en número por una emboscada que se
podría haber evitado y, probablemente, nuestro explorador se haya entretenido
buscando animalillos para torturarlos, en lugar de ir y volver como se le ha
ordenado…
-Si tan poco se fía del druchii, ¿por qué…?
-Porque Baldo era el que se encargaba de las labores de
reconocimiento –le interrumpió Guido- Y después del halfling, Kaileth es el más
sigiloso de mis hombres. ¿A quién iba a mandar si no, a Rorgh-grut?
Señaló al ogro, que se dedicaba a hurgarse los dientes con lo que
había sido la espada de un halfling. Metiendo la mano en una de las bolsas que
llevaba a la cintura, sacó algo irreconocible y se lo llevó a la boca; entre
crujidos, lo masticó ruidosamente, tras lo que soltó un eructo tremendo.
Guido hizo una mueca de desagrado y se acercó al hombrecillo.
-¿Seguro que me ha contado todo?
-Todo lo que sé.
-Vamos a repasarlo, si no le importa. No vaya a ser que se
olvidara algo.
El hombrecillo suspiró con resignación.
-El templo se encuentra a algo menos de dos millas de aquí,
siguiendo ese camino por el desfiladero. Éste se abre en una amplia explanada
circular, con dos filas de columnas flanqueando el camino que lleva al centro
de la cuenca. Allí, la doble fila se transforma en todo un bosque que,
antiguamente, servía de base para los tejados que formaban las galerías
cubiertas; éstas, rodeaban las escalinatas que suben a la torre y su única
entrada; dentro, está el altar. Pero no sé cuánto queda realmente de todo eso…
-Me dijo que lo construyeron los elfos, ¿verdad? Yo pensaba que
las montañas eran territorio de los enanos…
-Ambas razas no han estado siempre en guerra, capitán. Hace mucho
tiempo, cuando existían lazos de amistad, era frecuente ver asentamientos
élficos en las montañas.
-Aja… En fin, la historia y el arte son apasionantes, pero lo que
me importa son las defensas. ¿Han reforzado algún punto del edificio? ¿Hay
otras torres o empalizadas?
-Lo desconozco. Ya le dije, capitán, lo que sé del lugar es por
los libros, nunca había estado aquí personalmente.
-Ya… -se mesó el bigote, aparentemente distraído- Desde luego,
Nuln está demasiado lejos de aquí como para viajar a menudo…
Durante un breve momento, el hombrecillo alzó una ceja. Sí, había
acertado.
-¿Qué tiene que ver Nuln con…? –preguntó con aparente confusión,
su rostro transformado de nuevo en una máscara inescrutable- No entiendo. ¿Se
trata de otro chiste?
-Oh, me entiende perfectamente, patrón –contestó Guido con sorna-
Verá, cuando uno ha viajado lo suficiente, termina por reconocer los distintos
acentos. Aunque admito que el suyo me ha costado, lo disimula muy bien.
El hombrecillo se giró, mirándole directamente a los ojos.
-Enhorabuena, capitán –dijo con marcado sarcasmo- Ha demostrado
una vez más su sagacidad, resolviendo el misterio. Y ¿qué pretende hacer con
esa información?
-Nada. No se preocupe, patrón, ya le dije que sus espaldas estaban
cubiertas conmigo –continuó, con marcada socarronería- Es solo que tengo la
tendencia a, digamos, teorizar sobre los más variados asuntos...
Una sonrisa irónica cruzó fugazmente el rostro del hombrecillo. Un
ruido de piedras les hizo mirar la ladera cercana, por donde bajaba
deslizándose Kaileth.
-Ya era hora… –masculló Guido, mientras el elfo se acercaba a
ellos- Cuéntame.
-La descripción era acertada. Desfiladero, explanada, templo –el
druchii miró al hombrecillo, sonriendo como siempre- Bonita redecoración, por
cierto. Sus Dioses tienen un gusto excelente.
-Información, Kaileth, quiero información – dijo Guido,
apremiante- Guardias, número, situación…
-Había algunos bestias en el paso, pero ya no deberían ser un
problema; no sin esto –se llevó una mano a la espalda y sacó un gancho con
varias lenguas clavadas, que habían sido arrancadas brutalmente.
-¿En eso te has entretenido? –le espetó Guido- Hay formas más
rápidas de silenciar centinelas.
-Oh, sí, claro… -la sonrisa del druchii se ensanchó- Pero pensé
que apreciaría la literalidad de mi método.
Guido resopló, haciendo una mueca que podría pasar por una
sonrisa.
-¿Has podido al menos echar un vistazo al valle? ¿Cuántos hay?
-Es difícil de decir, el campamento no es precisamente uno
imperial… Pero serán alrededor de unos veinte.
-¿Solo? Debimos darles bien en la emboscada. Por fin, una buena
noti…
-Guerreros –interrumpió el druchii- Bestias habrá más de medio
centenar.
Guido se quedó callado, la boca aún abierta. Se llevó la mano a la
cara y suspiró con frustración. Maldita fuera su suerte, prácticamente les
doblaban en número…
-¿Patrón?
-No contaba con que hubiera tantos –admitió el hombrecillo,
encogiéndose de hombros- Pero no cambia la situación. El objeto que busco
estará cerca del altar del edificio principal, necesito que me escolten hasta
allí. Todo lo demás es circunstancial.
-¿Circunstancial? –preguntó Guido sarcástico- No sé, patrón, yo no
llamaría “circunstancial” a salir vivo de aquí. Pretendo disfrutar del millón
prometido.
-Conserve la calma, capitán. Una vez el objeto esté en mi poder,
las fuerzas enemigas no deberían resultar un problema. Confíe en mí.
-Confiar, dice... –refunfuñó el mercenario- ¡Lope! ¡Acércate,
tenemos que planificar!
-Bien –prosiguió Guido, una vez el estaliano se les había unido-
El objetivo es llevar al patrón al edificio principal. Avanzaremos directamente
por el centro, usando el pasillo de columnas como cobertura y para evitar que
nos rodeen completamente; una vez al pie del templo, escoltaré al patrón
dentro, acompañado de Rorgh-grut y seis hombres más; tú incluido, Kaileth.
-Como la vez en Verezzo –dijo Lope, inexpresivo como siempre.
-Exacto, como Verezzo –asintió Guido, mirando al estaliano- Tú te
quedarás al mando del resto de la compañía, bloqueando la puerta. No puede
pasar nadie, ¿está claro? Ah, otra cosa. Selecciona a los veinte mejores
tiradores; no atravesarán el desfiladero con nosotros. Que suban a lo alto de
la ladera, desde ahí nos cubrirán. Que salgan ya, les daremos un tiempo de
margen para que tomen posiciones. ¿Todo claro? Pues en marcha.
Guido se quedó con el hombrecillo, mientras a su alrededor los
hombres comenzaban a prepararse. El murmullo de las conversaciones y las bromas
a media voz se mezclaba con el susurro de las plegarias.
-¿No reza usted, capitán? -le preguntó el hombrecillo- Tenía
entendido que los tileanos son altamente fervorosos.
-Sí, solía hacerlo; una plegaria rápida a Myrmidia antes de la
batalla, igual que ellos-dijo señalando a los soldados a su alrededor.
-¿Por qué ya no?
-Perdí la fe en su utilidad -contestó, encogiéndose de hombros.
-¿Acaso no cree en los dioses, capitán?
-Oh, no, no es eso. Cuando uno viaja y ve el mundo, se hace
imposible no creer. ¿Usted ha visto las ciudades-templo de Lustria?
-No, en persona no.
-Si las viera sabría que no se puede dudar de la existencia de los
dioses. Sería una locura negarla.
-Entiendo; yo también he tenido experiencias similares, capitán
-dijo el hombrecillo con una media sonrisa- Entonces, si tanto ha visto, ¿por
qué perdió su fe?
-Precisamente, por las cosas que he visto; y las cosas que he
hecho -contestó el mercenario- No dudo de la existencia de los dioses, sino de su
interés en nosotros, los mortales.
-No dirá que los Grandes Poderes no demuestran su interés…
-Ah, sí, sus dioses… Verá, he tenido entre mis filas a seguidores
de Khorne. Unos tipos verdaderamente duros, muy útiles en este oficio. Buscaban
la gloria en el combate, rezaban constantemente, pidiéndole a su dios que se la
concediese. ¿Sabe cómo murieron? Uno de ellos voló por los aires de un
cañonazo; no quedó nada por encima de sus rodillas. Otro, de un virote en el
estómago; tardó casi un día en morir. Los otros tres, enfermos, cubiertos de su
propia mierda, gimiendo como niños. No vi mucha gloria…
-Así que su dios no les protegió -el hombrecillo se encogió de
hombros- No pretenderá que los dioses atiendan a todos los que les hablan…
-Exacto, he ahí la cuestión. ¿Por qué voy a rezar y dirigir mi
atención a un ser que seguramente me ignore? Mejor centrar mis esfuerzos en
cuidarme a mí mismo.
-Vaya, capitán, me sorprende. Su discurso es casi el de un
filósofo.
Guido soltó una carcajada.
-Yo, un filósofo… Ah, ojalá le hubiera oído mi madre…
-Me vuelve a sorprender… No pensé que tuviera madre.
-¿Eso ha sido un chiste? ¡Ja! Al final resultará que tiene sentido
del humor, patrón. Eso sí que sería motivo para creer en los dioses -Guido miró
al cielo, comprobando la posición del sol- En fin, creo que ya les hemos dado
margen de sobra a los tiradores, será mejor que nos movamos. Espero que sus
dioses estén hoy con usted, patrón, y no con ellos.
-No lo dude, capitán. No lo dude.
-Desde luego no se le puede acusar de falta de fe -dijo con sorna,
lanzando un escupitajo a un lado- Me disculpará si no la comparto. ¡Vamos,
muchachos! ¡En marcha!
La compañía se internó en el desfiladero. Las conversaciones y las
bromas se fueron acallando hasta que solo se oyó el crujido de las pisadas
sobre las piedras. De cuando en cuando, se encontraban los restos de alguno de
los guardias que había liquidado Kaileth, más de uno aún moribundo. No era un
espectáculo muy alentador, aunque al menos no eran humanos…
Guido hizo gestos para que se bajara el ritmo de la marcha y así
disminuir el ruido; ya debían estar cerca de la salida del desfiladero y no
quería delatarse antes de tiempo.
Cuando tuvieron a la vista la desembocadura, ordenó la parada
completa; tocaba esperar.
Al poco rato, se comenzó a oír el creciente ruido de berridos y
balidos, de furia y dolor, seguidos del sonido de los cuernos llamando a las
armas.
-Parece que ya están en posición. Allá vamos -murmuró Guido-
¡Venga, muchachos! ¡A por esos cabrones! ¡Por la paga y la gloria!
Los soldados contestaron a sus palabras con el clamor de gritos
desafiantes, un rugido que retumbó entre las paredes del desfiladero.
-Un discurso de lo más emotivo –dijo irónico el hombrecillo- Va a
resultar también un orador.
-Usted manténgase cerca de mí –contestó Guido con un gruñido- Y
mantenga a raya su recién adquirido sentido del humor.
Los mercenarios echaron a correr en dirección al valle. A través
de la entrada del desfiladero, a lo lejos, se veían las paredes de una estrecha
torre circular; aunque en su momento debió tener una altura considerable, los
restos no superarían los tres pisos.
Los hombres-bestia, que se dirigían a la carrera a por los
ballesteros de la colina, cruzaban por delante del paso, totalmente ajenos a la
presencia de los mercenarios. Los soldados de la compañía entraron a la carga,
pillando desprevenidas a las bestiales criaturas, aprovechando la sorpresa para
tomar posiciones en el pasillo de columnas.
-¡En cuadrado, muchachos! ¡Hacia el templo! –Guido se desgañitaba
gritando órdenes, mientras caminaba junto al hombrecillo- ¡Vamos, cojones!
¡Hacia el templo!
Utilizando las columnas como parapetos y para no ser abrumados, la
compañía formó en cuadrado, con Guido y el hombrecillo en el centro;
manteniendo a raya a los hombres-bestia, lentamente, se fueron abriendo paso en
dirección a la torre.
Guido aprovechó la relativa calma de la que disfrutaba para echar
un vistazo a su alrededor. Muchas de las columnas del pasillo estaban rotas o
tiradas en el suelo, pero según se acercaban al templo, se mantenían en mejores
condiciones. Sin embargo, de los tejados de las galerías apenas quedaba rastro,
derruidos en su mayor parte, formando pilas de escombros entre las columnas que
rodeaban la torre. “Bien”, pensó, “Quizás los puedan usar como barricadas,
mientras entro con el patrón”. Múltiples dibujos y símbolos, pintados con lo
que seguramente fuera sangre, cubrían las paredes de la torre, desde el suelo
hasta los restos del tercer piso. Allí, asomando como las costillas de un
cadáver en descomposición, varias vigas de madera podrida tenían atadas las
cuerdas y cadenas que sostenían decenas de cadáveres, colgando en posturas
antinaturales, como si fueran las letras de un alfabeto macabro y desconocido.
Unos movimientos por delante de él le sacaron de sus cavilaciones.
Los enormes guerreros de negra armadura se habían unido a la batalla, haciendo
que el avance de los mercenarios se frenase; aquellas terribles moles de metal
resultaban más difíciles de contener que los hombres-bestia.
-¡Rorgh-grut, a vanguardia! ¡Ábrenos hueco!
El ogro lanzó un rugido y echó a correr hacia los guerreros.
Embistió al más cercano, derribándolo del golpe, paró el mandoble de otro con
el enorme puño de hierro de su mano izquierda, le golpeó con su maza; lanzó un
revés hacia un tercero que trataba de acercarse por la derecha, mientras
aplastaba de un pisotón la cabeza del primero, aún en el suelo. Un
hombre-bestia le clavó una lanza en el costado izquierdo. Con un bramido de
dolor y furia, Rorgh-grut empaló a la criatura con el puño de hierro, alzándola
por encima de su cabeza, arrojándola contra el guerrero de su derecha, que
otros mercenarios se encargaron de rematar.
-¡Vamos, muchachos! –gritaba Guido- ¡Ya casi estamos!
La compañía fue entrando en el patio, cambiando la formación en un
semicírculo al pie de las escalinatas. Guido subió junto al patrón en dirección
a la puerta, seguido por Lope, Rorgh-grut, Kaileth y los otros cinco soldados
que entrarían con él. Cuando estuvo más cerca de la pared, se dio cuenta de
que, lo que había tomado por dibujos de ojos, eran realmente
ojos, parpadeando, mirando en todas direcciones.
-Diablos, patrón… –murmuró Guido, mirando asqueado los
parpadeantes ojos. Kaileth clavó su espada en uno de ellos, que lanzó un
chillido agudo y desgarrado, como un tenedor raspando un cristal,
desapareciendo en una nube de humo púrpura- ¿Qué son estas cosas?
-Una prueba de la existencia de los dioses, capitán –el
hombrecillo se acercó a la puerta y apoyó ambas manos. Su cara se contrajo en
un gesto de rabia- ¡No! ¡Maldita sea, está cerrada!
-No se preocupe, patrón. Rorgh-grut, dale una patada.
-No servirá. No es cuestión de fuerza bruta, capitán. Mire estos
pictogramas de aquí. Es un hechizo de cerradura.
-¡Fantástico! ¿Me dice que hemos venido hasta aquí solo para
volver? ¡No tenemos ningún jodido mago!
-Deme un momento, capitán. Si logro traducir los pictogramas, tal
vez descubra la llave.
-Patrón, esto no es la jodida universidad de Altdorf. Por si no se
ha dado cuenta, estamos en medio de una batalla.
-No me ayuda, capitán…
-¡Lo que no ayuda es que nos claven un hacha en la cabeza!
-¡Cállese de una vez! Casi lo tengo.
El ruido de varios gritos agónicos atrajo su atención hacia la
derecha. Varios guerreros y hombres-bestia habían logrado abrir un hueco en la
formación mercenaria, amenazando con quebrarla por completo.
-¡Vosotros, apoyadles! –ordenó Guido, señalando a los hombres que
les acompañaban- ¡Rorgh-grut, Kaileth, también! ¡Hay que cerrar ese hueco!
La incorporación de los siete mercenarios a la pelea,
especialmente la del ogro, comenzó a decantar la refriega hacia el lado de la
compañía, comenzando a rechazar a los guerreros que habían logrado penetrar sus
defensas; pero no a todos.
Uno de ellos, esquivando a los mercenarios cercanos, logró subir
la escalinata, lanzándose contra el hombrecillo.
-¡Patrón, agáchese! –Guido sacó su pistola y descerrajó un tiro
directo contra la cabeza del guerrero, abriendo un boquete en su casco; pero
eso no lo detuvo. El guerrero se alzó sobre el hombrecillo, una montaña de
metal dispuesta a descargar su espada, cortándolo en dos. Y lo habría hecho, si
Lope no se interpusiera con su escudo en el último momento.
La fuerza del golpe derribó al estaliano sobre su rodilla, lo que
aprovechó el enorme guerrero para asestarle una patada que lo tiró de espaldas.
Lope rodó por el suelo, perdió el escudo, se levantó desenfundando su daga, su
rostro impasible a pesar de la sangre que le corría por el lateral de la cabeza
y su nariz rota. Guido alejó al hombrecillo del combate, al tiempo que
recargaba su pistola.
-¡Arriba, al patrón! –gritó con la esperanza de que le oyeran
alguno de los hombres del pie de la escalinata- ¡Al patrón!
Mientras, Lope daba vueltas alrededor del guerrero, lanzando
estocadas, buscando un punto débil en la gruesa armadura, tratando de
desorientarlo con sus fintas y requiebros. Sin embargo, el guerrero no picó,
parando los golpes del estaliano con su escudo, del tamaño de la rueda de un
carro pequeño; hasta que él mismo encontró un hueco. Con un movimiento más
rápido de lo que alguien pudiera esperar en semejante mole, se lanzó contra el
mercenario, atravesándole el estómago, desgarrando su costado al sacar la
espada de un tirón. El estaliano, sin emitir un quejido, cayó de rodillas. El
enorme guerrero, alzado sobre él, se preparó para cortarle la cabeza.
-¡Lope!
Guido disparó de nuevo su pistola; pero falló. El guerrero se giró
hacia él, y comenzó a acercarse. Con un grito desesperado, Guido se arrojó contra
él, clavando su espada en el hueco del casco. El guerrero aún trató de
agarrarlo, trastabilló, cayó al suelo. Guido desenvainó su daga, se puso encima
del monstruoso guerrero y, sin dejar de gritar, comenzó a apuñalarle en el
cuello, una y otra vez, una y otra vez, hasta tener las manos completamente
empapadas en sangre. Por fin, paró, dejando caer la daga al suelo.
-Lope… - resollando roncamente, se incorporó y se acercó donde
yacía el estaliano.
Tirado boca arriba, impertérrito, Lope trataba de incorporarse,
sus manos aún aferrando las armas con fuerza. Guido se acercó, agachándose a su
lado.
-Descansa, Lope…
El cuerpo del estaliano se relajó, paró sus intentos de
levantarse, dejó de respirar. Parecía sonreír.
Guido, apoyando una mano en su hombro, suspiró profundamente. El
hombrecillo se agachó a su lado, llevó una mano a la herida de Lope y metió los
dedos, llenándolos de sangre.
-¿Se puede saber qué hace? -gruñó Guido, llevando su mano a la
daga en el cinturón.
-Sangre de un cadáver reciente –dijo el hombrecillo, poniéndose de
pie, sin inmutarse ante el gesto amenazante del mercenario - Ésa es la llave.
Se acercó a la puerta y comenzó a trazar unos símbolos. La puerta
comenzó a emitir un brillo irisado, pasó a un blanco deslumbrante, comenzó a
abrirse. Guido se incorporó lentamente, mientras Rorgh-grut, Kaileth y los
otros cinco hombres volvían con ellos.
- Cambio de planes. Lope ha muerto –anunció Guido, señalando a uno
de los mercenarios- Carlo, tú te quedas al mando de la defensa. Los demás,
conmigo.
Sin esperar a que las puertas se abrieran del todo, el hombrecillo
atravesó el umbral, que aún desprendía luz.
-Bueno –escupiendo a un lado, Guido echó a andar. Con la espada
desenvainada, seguido por sus hombres, entró en el templo- Terminemos de una
vez.
Bastante enganchado a esta historia. Deseando el próximo número.
ResponderEliminarUn saludo.
Enhorabuena por el relato, Narbek.
ResponderEliminarCada vez me va teniendo más en ascuas.
A ver qué les aguarda ahí dentro y sobre todo la identidad del patrón, que según pasan las entregas, demuestra mucho más de lo que parecía originalmente.
Saludos
Me gusta ésta historia, la estoy disfrutando y espero con ganas la continuación, a ver qué nos espera .
ResponderEliminarQue feo esto de dejarnos en la puerta de la torre XD quiero máaas! Dicho esto, que guapa la historia! Consigues transmitir muy bien la sensación del combate, los diálogos... muy currado todo :)
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