¡Buenos días mequetrefes! Probablemente esta entrada os la esperabais tan poco como yo, pero Enric ha tenido un arrebato literario, y ha querido compartir un trasfondístico relato con todos nosotros. Aunque sabemos que le da absolutamente a todo lo que puede, nos consta su interés en los ogros y las cosas ogras, y hoy el tema va de cosas ogras, concretamente, de gnoblars.
El pequeño Robby era el
Gnoblar más dulce y tierno que se haya visto en la Montaña de los Lamentos.
Tenía unas grandes orejas y unos ojos enormes y expresivos, y no es de extrañar
que fuera adoptado y marcado, ya desde pequeño, por el Déspota Borung, de la
Tribu Grandesfauces.
Su relación es la más
hermosa que hayáis podido ver nunca entre un ogro y su gnoblar. Ambos se
querían profundamente. A Robby le encantaba dormir en el regazo de Borung
mientras este planeaba las rutas de la tribu, subirse a su espalda en los
paseos del déspota y ver las cosas desde más arriba, y escuchar las historias
de las batallas que le contaba a los toros de la tribu, mientras limpiaba
gustosamente las botas del déspota en un rincón.
Borung realmente quería
al pequeño Robby. Le encantaba rascarle detrás de las orejas, susurrarle “todo
irá bien” cuando este tenía una pesadilla, y disfrutaba viéndolo jugar y hacer
muñecos de nieve. Borung jamás trató mal a Robby, ni una sola vez, cosa rara en
un ogro con su gnoblar, y esto hizo que Robby fuera más bondadoso y menos
resentido con el mundo que el resto de gnoblars.
Cualquiera que los viera
en su día a día se daba cuenta de la relación especial que tenían el Déspota y
el pequeño Robby, y lo felices que eran juntos.
Por eso Gnobo lo mató.
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Gnobo era la antítesis
del pequeño Robby: un gnoblar enorme, ceñudo y malcarado, siempre abusando de
los gnoblars más pequeños y robándoles la comida.
Pese a tener una gran
nariz y largas orejas, características muy valoradas en los gnoblars, nadie
consideraba agradable a Gnobo. Este tenía una expresión siempre malhumorada. Su
mandíbula, curvada permanentemente en una mueca de enfado, tenía la parte
inferior sobresaliente, y siempre estaba enseñando los pocos, aunque
prominentes, dientes inferiores. Gnobo tenía unos pocos pelos blancos en la
cabeza y en las orejas, encrespados, desordenados y lanzados como rayos hacia
arriba, que le daban un aspecto aún más estrambótico y terrorífico al rencoroso
gnoblar. Sus enormes ojos miraban siempre ceñudos, con unas cejas densas y
despeinadas, y su constante cara agria acompasaba sus características físicas,
consiguiendo que incluso los ogros dieran un respingo al ver a aquella horrible
criatura.
Todos los gnoblars temían
y odiaban a partes iguales a Gnobo, puesto que este aprovechaba su gran tamaño
para vapulearlos sin motivo, pateando a aquellos que no se apartaban de su
camino, robándoles sus pertenencias, y realmente disfrutaba torturando a sus
congéneres.
Los gnoblars más
avispados comprobaron rápidamente que era mejor hacerle la pelota y ponerse de
su parte, aunque esto significara recibir sus crueles burlas a menudo, y unirse
a él en sus cazas indiscriminadas a los gnoblars menos afortunados.
Así, Gnobo reunió pronto
una camarilla con los gnoblars más grandes, crueles y paranoicos, y se paseaba
por el campamento ogro pavoneándose como si fuera el líder del lugar… siempre y
cuando no hubiera ogros mirando, claro está.
Gnobo era lo
suficientemente avispado como para saber de lo precario de su situación con
respecto a esos grandullones, y se mantenía alejado de los ogros más belicosos
de la tribu, que podían aplastarle, devorarle, o golpearle sin motivo, como
hacían con otros gnoblars menos espabilados. Además, con su horripilante
aspecto, los ogros tendían a sorprenderse y dar un salto al ver su rostro…y al
reaccionar, eran más crueles con él que con el resto de gnoblars…
De hecho, aquello era lo
único que le faltaba al malhumorado Gnobo: la aceptación de un ogro que lo
adoptara y le diera la protección que creía merecer. Pero ningún ogro en su
sano juicio quería tener a un gnoblar como él como acompañante. Lo había
intentado mil y una veces con todos los ogros de la tribu… pero a nadie le
gustaba Gnobo. A medida que pasaron los años, esto le volvió más malvado y
rencoroso con los que le rodeaban.
Y… cuando el Déspota
Borung adoptó al pequeño Robby, y empezó a tratarlo con el cariño y amor que él
buscaba desesperadamente… les odió profundamente, y empezó a planear como
hacerles daño…
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Desde el primer día,
Gnobo estuvo maquinando cómo matar al pequeño Robby… pero tenía que ser astuto…
Antes de su adopción,
Gnobo había estado abusando de Robby sin contemplaciones, apaleándole, lanzándole
al barro, y colgándole de las orejas en los postes solo para ver como este
sufría. Desde luego, lo primero que hizo Robby al ser acogido por el Déspota
fue contarle a este las maldades de Gnobo, y el déspota, en su ira, le dio un
puntapié al Gnoblar que le hizo volar por los aires hasta el extremo del
campamento, dejándolo malherido en una cuneta.
Normalmente, en casos
similares, el resto de gnoblars hubiera aprovechado para vengarse de Gnobo y
darle una lenta, dolorosa y merecida muerte, pinchándole con ramas y clavos
sucios hasta que se desangrara, y ahí habría acabado la historia de Gnobo, pero
este no se dejó morir.
Cuando su antigua
camarilla lo vio agonizante en el suelo y se acercó a él, sonriendo como una
manada de hienas, fue lo suficientemente rápido como para hacer tropezar al
primero que se acercó con un rápido movimiento de piernas. Este torpe gnoblar
cayó encima de él y, Gnobo, haciendo un esfuerzo titánico, que le causó dolor
en todos los músculos y huesos de su cuerpo, lo agarró, y le mordió con fuerza
en el cuello. El aterrado gnoblar intentó soltarse, pero Gnobo no aflojó su
presa, notando como la sangre caliente del gnoblar le caía por la boca y le
cubría toda la cara, hasta que, tras varios estertores el gnoblar quedó laxo, y
muerto. Gnobo lo apartó a un lado, y, cubierto de sangre, les dijo al resto de
gnoblars con su mirada ceñuda -¿Qué miráiz, atontaoz? Traedme un palanquín y
llevadme a laz Cuevaz, eztúpidoz-
Los gnoblars salieron
asustados en busca de algo con que transportarle, y Gnobo finalmente pudo
desmayarse del dolor.
Tardó bastante en
recuperarse totalmente de sus heridas, aunque poco en estar lo suficientemente
fuerte y alerta como para sobrevivir a dos intentos más de acabar con él. En el
último, fue especialmente cruel rompiéndole todos y cada uno de los huesos al
“aspirante” a gnoblar dominante, y dejándole vivo y sollozando en una esquina,
hasta que un ogro se cansó de sus gritos y lo aplastó con la bota. El resto de
gnoblars, que se reían a carcajadas desde una esquina, aprendieron la lección,
y dejaron de intentar traicionarle de nuevo.
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Todo aquel tiempo de
recuperación le sirvió al malvado Gnobo para pensar en su plan de venganza. No
podía ser directo, ni rápido. El gnoblar sabía que, si le pasaba algo al
pequeño Robby, el Déspota le culparía a él… así que intentó una táctica
diferente.
Se acercó a Robby, y
fingiendo su voz más dulce (y espeluznante) le pidió disculpas por lo que había
sucedido hasta entonces para que hicieran las paces. El gnoblar más pequeño
receló, pero Gnobo le ofreció un pájaro muerto como regalo de arrepentimiento,
y el estúpido de Robby se lo creyó, saltando de alegría a contarle la buena
noticia al Déspota Borung. –¡He hecho un amigo!¡He hecho un amigo!-
A Gnobo le costaba
ocultar la cara de odio que sentía por el pánfilo de Robby tras un extraño
intento de sonrisa…
A partir de entonces,
Gnobo y el pequeño Robby fueron inseparables. Gnobo actuaba como portavoz del
protegido del gnoblar a todas horas: -Apartaoz
meketrefez, dejad pazo a Robby- -¿No oz he dicho que zalgáiz de aquí? ¿Eztaiz
zordoz o qué? – y, con el tiempo, ya nadie sospechaba de la enemistad que
Gnobo sentía, y asumían que el malhumorado gnoblar había aceptado su posición
como abusón al servicio de Robby.
En ese momento Gnobo
aprovechó para ejecutar su plan.
Tenía que parecer un
accidente.
A Robby le encantaba
atrapar sapos, jugar con ellos y comérselos… así que Gnobo atrapó uno, lo mató,
y lo colocó debajo del banco donde se sentaba el Déspota a comer. A su vez,
serró una de las patas del banco, y colocó en su lugar una pata falsa, que
aguantaba el banco precariamente… y que estaba atado a una cuerda, que Gnobo
ató a la pata de un viejo rinobuey de carga.
A la hora de la cena,
Gnobo le dijo a Robby –¡Mira lo que hay
ahí, un zapo! Corre corre, que se ezcapa-. Y Robby, como era de esperar, se
lanzó sin pensárselo dos veces a por el sapo… que se encontraba debajo de las
posaderas del Déspota. Entonces, Gnobo se acercó rápidamente al Rinobuey, y,
con un largo tenedor que había unido a un palo… ¡Nyac! Le pinchó en los
testículos a la pobre bestia rumiante. Esta gritó y salió despavorida,
arrancando la pata falsa de la mesa, y haciendo que el déspota se cayera de la
mesa hacia atrás.
Este intentó agarrarse a
la mesa, pero, borracho como estaba, la lanzó hacia arriba, volcando toda la
comida y causando un gran estruendo. Los ogros se fijaron en el ruido, y la
comida y mesas volcadas, y no se dieron cuenta de que era el rinobuey el que
había iniciado el accidente, sino que creyeron que este se había asustado con
el ruido. Cuando el déspota se levantó, rojo y sudoroso, y riendo por su caída,
miró al suelo, y lanzó un grito desgarrador del horror más profundo.
Ahí debajo, entre los
restos de madera, comida y platos rotos, estaba el cuerpo totalmente aplastado
del pequeño Robby.
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Que historia más cruel y al mismo tiempo refleja tan bien el mundo ogro , un placer leerla
ResponderEliminarJajajaja, muy buena la historia.
ResponderEliminarEts genial Enric. Faràs una horda gnoblar pel proper torneig verd? Fa tota la pinta que els Gnoblars t'estan robant el cor
ResponderEliminar¡Para meterlo dentro del códex! Muy bueno. ¿Los dibujos son tuyos?
ResponderEliminarGraciaas :) Me alegro que os haya gustado! ¡Vivan los gnoblars! En breves saldrá la segunda parte, con un "extra" que espero que os guste.
ResponderEliminarLos dibujos no son míos, son de la WD100noseque, donde explicaban los distintos tipos de gnoblar. El próximo día os digo en cual, pq merece la pena!
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