¡Buenos días hijos de Sigmar y devotos de Nagash! Sí, hoy me tomo la licencia de versionar al bueno de Roger, porque la ocasión así lo indica. Hace unos meses, nuestro colega Cneus participó en una de las partidas en directo que se celebran en el canal de Twitch de Pumu. Por el motivo que sea, no me consta que se encuentre en nuestros archivos, pero por suerte, Cneus escribió un relato planteando la batalla y narrando su desarrollo desde la perspectiva de Urbinus, un sacerdote de Sigmar que estuvo allí.
Se escuchaban rumores
inquietantes al sur de Middenland. Las habladurías no eran novedosas, pues
entre las Tierras Desoladas, las Marismas Malditas y los Páramos Centrales, la
región no estaba falta de horrores reales e imaginarios. Sin embargo, eran ya
muchos los mercaderes y viajeros de buena reputación que aseguraban haber visto
fuegos fatuos e incluso muertos caminando por la noche en las colinas al norte
de los páramos.
La insistencia y la coherencia de
aquellos rumores llamó la atención de Urbinus, sacerdote de Sigmar. Sabía que
había amenazas mucho mayores en la provincia, y que las autoridades de
Middenheim y Carroburgo, ocupadas en enfrentarse a ellas, no prestarían
atención a lo que podían ser meros cuentos. Y sin embargo, los rumores le
inquietaban. Si un nigromante merodeaba por allí, tal vez buscaba algo en los antiguos
túmulos que abundaban en la región. Y, ya fuera tras artefactos mágicos, o en
busca de los propios guerreros allí enterrados, lo mejor era enfrentarse a él
antes de que lograra su objetivo y se convirtiera en una verdadera amenaza.
Urbinus utilizó toda la
influencia de la Iglesia de Sigmar para reunir un pequeño ejército: milicianos,
arcabuceros, espadachines, grandes espaderos e incluso una unidad de caballeros
de Morr, todos bajo el mando del capitán Helmut von Schieben. Tras explorar la
zona, confirmaron la existencia del nigromante y localizaron su próximo
objetivo: dos túmulos gemelos que marcaban el lugar de una antigua batalla
entre teutógenos y unberógenos.
Las tropas de Helmut y Urbinus
tomaron posiciones y esperaron la aparición del enemigo. Y, cuando la noche
comenzaba a helarles los huesos, un coro de aullidos anticipó la llegada de la
hueste nigromántica. Zombis tambaleantes, esqueletos de guerreros tiempo atrás
caídos, necrófagos enloquecidos y lobos espectrales, todos liderados por un
maligno nigromante alzado sobre un carro de cadáveres.
Espoleados por la necesidad de
detener el mal antinatural que se extendía por sus tierras, las fuerzas
imperiales marcharon a paso ligero hacia los túmulos, sorprendiendo a las
huestes no muertas. En el flanco derecho, los grandes espaderos se hicieron con
uno de los objetivos, asentándose firmemente sobre él, mientras que en el
flanco izquierdo fueron los arcabuceros quienes, tras una infructuosa salva de
disparos, decidieron avanzar para capturar el otro túmulo. Entretanto, los
caballeros de Morr se lanzaron en una carga frenética contra el corazón del
ejército enemigo, el mismísimo nigromante. El capitán von Schieben y sus
espadachines observaban el desempeño de las tropas desde la retaguardia,
preparados para intervenir en donde fuera preciso.
Los grandes espaderos,
protegiendo el túmulo, oteaban el horizonte hasta donde la noche y la niebla se
lo permitían. Eran veteranos de muchas batallas, pero no podían evitar la
inquietud de la espera. Los aullidos, que de pronto sonaban desde el flanco y
al momento siguiente desde la retaguardia, los mantenían en una tensión permanente.
Sin embargo, el enemigo llegó por el frente, atravesando el bosque: una jauría
de enloquecidos necrófagos cargó contra ellos. Espoleados por la bendición de
Sigmar del devoto sacerdote Urbinus, los grandes espaderos defendieron la
posición y cercenaron de cuajo el ímpetu de los necrófagos, que tras sufrir
unas cuantas bajas dieron media vuelta y huyeron de vuelta al bosque para no
volver a ser vistos.
En el flanco opuesto de la
batalla, los caballeros de Morr cortaron miembros a diestro y siniestro, pero
no importaba cuántos zombis segaran sus hojas y cuántos aplastaran los cascos
de sus caballos, siempre había más no muertos alrededor de aquel nauseabundo
carro. Para cuando los jinetes se dieron cuenta, uno de ellos había caído y
estaban siendo rodeados por un gran contingente de esqueletos dirigidos por un
señor tumulario.
El capitán von Schieben, ante la
heroicidad de los caballeros de Morr, decidió apoyarlos y se lanzó a la carga
contra aquellos esqueletos. El combate se volvió un caótico vaivén de acero,
huesos y armas oxidadas. Los caballeros de Morr, completamente rodeados,
emprendieron la retirada para reagruparse lejos de aquel peligro. El capitán
Helmut von Schieben y sus espadachines intentaron imitar a los caballeros, pero
su retirada fue cortada por los lobos espectrales, que los alcanzaron y arrasaron
en lo que se convirtió en una penosa huida.
Tras darse un festín con los
espadachines, los lobos se lanzaron a por los cercanos arcabuceros, que apenas
pudieron sostener sus armas ante el temor que les producían aquellas criaturas
de pesadilla. El túmulo del flanco izquierdo peligraba, y el nigromante, tras
haber aniquilado al general imperial, se relamía saboreando una victoria que ya
le parecía alcanzar con sus huesudos dedos.
Sin embargo, no todo estaba
perdido. Desde el oeste, los caballeros de Morr se lanzaron de nuevo a la
carga, dispuestos a arrasar a los zombis que se interponían entre ellos y el
nigromante, mientras que en el otro extremo del campo de batalla, Urbinus, el
sacerdote de Sigmar, ordenó al destacamento de milicianos que marchara hacia
los esqueletos, sorprendiéndolos por la retaguardia.
La suerte de aquella batalla la
decidirían tres valientes unidades imperiales: los caballeros de Morr, que se
abrían paso a través de una marea inacabable de zombis; los arcabuceros, que
sobreponiéndose a su miedo defendían con firmeza el túmulo ante los lobos; y
los milicianos, que con sus dos armas de mano se abatían sobre la retaguardia
esquelética como una furiosa tormenta enviada por el divino Sigmar. Finalmente,
los caballeros surgieron victoriosos de entre los zombis, ensangrentados y
cubiertos de vísceras, y se lanzaron contra el nigromante que, habiendo visto
su arrojo, trataba de ponerse a salvo.
Pero ningún truco mágico le
sirvió al impío hechicero. Los proyectiles que intentó lanzar fallaron, y
cuando intentó levantar más zombis para protegerse, sus esfuerzos fueron
disipados por las plegarias del venerable Urbinus. Los caballeros de Morr
cayeron sobre el nigromante, destruyeron su carro putrefacto y lo atravesaron,
empalándolo en dos lanzas de caballería y destruyendo definitivamente su maldito
cuerpo.
Con la caída del nigromante, lo
que quedaba del ejército no muerto se desmoronó. Los esqueletos y el señor
tumulario fueron barridos por los milicianos, y los lobos perecieron ante los
aguerridos arcabuceros. Había sido una noche sangrienta, y el capitán von
Schieben había comprado aquella victoria con su propia vida, pero el ejército
imperial había cumplido con su misión y con su deber.
Urbinus echó una última mirada al
campo de batalla. No quedaba ni una aberración no muerta en pie, y aunque
exhaustas, todas las unidades imperiales habían sobrevivido, a excepción de los
espadachines del capitán von Schieben. El sacerdote esbozó una sonrisa amarga.
Aquel hombre había sido piadoso, había luchado como un valiente y había dado su
vida por defender el Imperio y a sus gentes. Sin duda Sigmar tendría su
heroicidad en cuenta. Quizá incluso lo eligiera como uno de sus guerreros en
los días venideros, en la eterna lucha contra el Caos. Urbinus negó con la
cabeza. Estaba delirando. El capitán von Schieben había muerto y Sigmar
respetaría su descanso. La tarea de luchar contra el Caos era de los vivos, no
de las almas de los héroes muertos. Urbinus observó a sus tropas. Hombres exhaustos,
pero orgullosos. Aquella había sido una de las muchas batallas que lucharían. El
sol ya estaba asomándose en el este.
Muy buena historia. Un placer el poder leer alguna cosilla de trasfondo de vez en cuando
ResponderEliminarMuy divertido el texto, ¡Felicidades Cneus!
ResponderEliminarPor cierto, aunque no soy experto en trasfondo, ¿me ha parecido ver algo de herejía al final con los forjados de la tormenta? ;D
Jajaja, hay un pequeño guiño sí, buen ojo!
EliminarY gracias Cordo por poner todas esas imágenes, mejoran mucho la lectura y le dan mucha vida al relato!
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