Buenos días barbilampiños, barbudos y barbaslargas. Hace un par de meses nuestro colega Alith Anarr (a quien conoceréis de su escalada, no al maldito elfo traidor) tenía prevista una partida, con su buena ambientación, según marcan las tradiciones más ancestrales. Por cosas de Nurgle, la cosa se tuvo que quedar colgada, pero no quería dejar de compartir con nosotros ese trasfondo, sea para nuestro disfrute o para quien quiera aprovecharlo para preparar uno de los enfrentamientos más clásicos del Viejo Mundo. Os dejo con su relato.
Me hago demasiado viejo para esto. Ese pensamiento no paraba de rondarle a Bjorn Fredikssen mientras el frío y la humedad le empezaban a llegar hasta los huesos. El frío y la vida a la intemperie eran preferibles a las miradas de condescendencia o lástima que podía observar en el Karak. Sabía perfectamente que eran vistos como refugiados desde que en la época de su tatarabuelo perdiesen lo que llamaban hogar frente a una horda de pieles verdes y ratas y encontrasen asilo en otra fortaleza enana.
A pesar de las adversas condiciones permanecía completamente inmóvil así como todos sus compañeros. Esperando a su presa, los tenía a la vista pero aún no era el momento. Nadie movería un dedo hasta su señal.
El truco para atraer a los jinetes de lobo era muy viejo pero solía funcionar muy bien. Hacer unas pequeñas brasas y cocinar levemente parte de la carne seca que llevaban los montaraces en sus días al aire libre. Luego se apagaban las brasas y a esperar en una buena zona para emboscarlos. Los lobos guiaban a los grobi y no al revés. Los lobos solamente pensaban en comer y no los olerían si se colocaban estratégicamente.
Solamente tenía que esperar unos segundos más a que el último de la fila estuviera a punto de sobrepasarle. No quería ni respirar para no provocar el más mínimo ruido. Estaba escondido detrás de unos matorrales que estaban pegados a una gran roca. No le gustaba esta forma de combatir ya que le parecía de elfos, pero había que sacrificar una parte del orgullo frente a la efectividad. No podía haber supervivientes. El dedo se deslizó suavemente sobre el gatillo de su ballesta. Cuando el último jinete estaba a su altura gritó: ¡¡¡Ahora!!!.
El virote de la ballesta salió impulsado con gran fuerza contra su objetivo clavándose entre las costillas del lobo. El lobo cayó hacia un lado atrapando a su jinete. Bjorn ya había dejado caer la ballesta y saltó hacia sus enemigos con su hacha. El grobi atrapado no pudo oponer una resistencia significativa. El pielverde levantó la espada pero Bjorn la golpeó con tanta fuerza que se le escapó de las manos y luego le reventó el cráneo con su hacha. Arrancó el hacha con un sonoro crujido y observó a su alrededor por si había algún superviviente que pudiese escapar. No era así, los montaraces estaban ejecutando a los moribundos con fría precisión. No esperaba menos de ellos.
Bjorn, con su hacha goteando sangre y con restos de sesos resbalando hacia el suelo miró a su segundo, Erik Eriksson, y con los ojos le señaló hacia la elevación del risco. Erik empezó a subir a lo más alto de la zona para comprobar que no había ningún rezagado, aunque el número de exploradores muertos concordaba con los que habían contado cuando los vieron por primera vez.
Mientras, el líder de los montaraces se quedó mirando los cadáveres. El silencio lo rompió Olaf Haraldssen, el nuevo del grupo debido a que fue aceptado en una noche de borrachera en la que Bjorn no supo decir que no a su tío abuelo.
- Quizás sean solamente saqueadores o han sido desplazados de sus territorios y huían de otros pielesverdes.
Bjorn, negaba con la cabeza.
- Mira lo gordo que está este cabrón. -Señalando al que tenía más cerca. -Los lobos están bien alimentados. Estos son exploradores de algo más grande. Estoy seguro de que...
No pudo terminar la frase. Un silbido imitando un pájaro por parte de Erik llamó su atención y fue a buscar a su mejor amigo. Cuando llegó al punto más alto del risco se tumbó para que su silueta no fuese visible fácilmente. Justo en el límite de lo que el paso de montaña dejaba ver se apreciaba una gran polvareda. Bjorn, sacó un vetusto catalejo (así lo llamaba el ingeniero que se lo regaló hace mucho tiempo) y enfocó hacia la nube de polvo. Luego soltó una maldición y se lo pasó a Erik, que miró. Después de un profundo suspiro lo cerró y tras devolverlo comenzó a bajar.
El discurso de Bjorn fue breve:
- Viene un gran ejército de pielesverdes. No podemos pararlos nosotros solos. Hay que avisar al Karak. Hrolf, tú y el barbilampiño,- dijo refiriéndose a Olaf.- os vais ya para dar el aviso. Sois los más rápidos. Los demás se vienen conmigo, al Desfiladero de los Cuervos. Este paso va para allí y creo que podríamos provocar una avalancha de rocas para frenarlos un poco. Con suerte incluso mataremos a algún malnacido pielverde. Que Valaya nos asista.
Antes de partir, Olaf rompió el silencio.
- ¿Qué pasa si os capturan?
Bjorn contestó lacónicamente
– Pues que comeremos con los ancestros o nos llevaremos toda la gloria.
La respuesta causó risas entre sus exploradores y comenzaron a moverse cada uno a su destino. Mientras tanto, los pensamientos de Bjorn le daban vueltas una y otra vez a la misma idea: Me hago demasiado viejo para esto.
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