jueves, 12 de mayo de 2022

[TRASFONDO] Estigma (Parte 2)

  ¡Buenos días! La semana pasada arrancamos con un relato cortesía de Reik, que nos sumergía en el Viejo Mundo a correr una nueva aventura. Nuestros protagonistas ya se habían visto inmersos en unos asuntos no previstos, pero algo nos dice que no eran tan simples como parecían...


...

Al grito de “hija mía” el padre había corrido al encuentro de su perdida e indefensa niñita. La abrazó y la besó durante unos largos y empalagosos minutos. Mientras esto ocurría Reik observó como la hija correspondía tímidamente a su afectuoso padre. Parecía sentirse realmente incómoda, más incluso que durante el largo y monótono regreso a Walam. Había algo que no encajaba, estaba claro, pero no era fácil saber si había algo más aparte de una relación amorosa truncada y un sentimiento de culpabilidad hacia el padre. Quizás no fueran más que imaginaciones suyas, pero, por algún motivo, no podía dejar de pensar en ello. Reik escuchó cómo su compañero empezaba a toser para llamar la atención del alcalde y éste, tras un momento, dejó a su hija y se acercó a ellos. 

- Gracias gracias, amigos míos, muchas gracias. Me habéis devuelto la esperanza cuando empezaba a perderla, me habéis traído la luz que le habían arrebatado a mi hogar – el alcalde farfullaba nerviosamente mientras apretaba la mano de los dos aventureros una y otra vez – sois auténticos amigos de Walam. 

- Sí sí, claro, pero, nuestro dinero – la voz de Halbed sonó cortante y seca, no era amigo de tanta palabrería y Reik notó que estaba tan tenso como él, y no era porque esperaba cobrar el dinero. 

- Por supuesto amigos míos, seguidme; cada una de las cien coronas de oro os pertenece por derecho propio, os las habéis ganado todas. Espero que matarais a ese secuestrador, pero... no, no quiero saberlo, sólo me importa tenerla de vuelta – y dicho esto volvió a abrazar y besar a su hija con mucha efusividad – entrad por favor, enseguida os daré vuestro dinero. 

...

- No está mal del todo esta cerveza – dijo Halbed como sacando un tema de conversación. Reik mordisqueaba con intranquilidad una alita de pollo asado mientras miraba fascinado el crepitar del fuego de la chimenea. A pesar de la hora que era, pues estaba ya pasada la media noche, el posadero no tuvo inconveniente en darles de comer y beber, ni en encender la chimenea para ellos. 

En otras circunstancias, habría acabado en alguna otra taberna con más ambiente, con juegos de azar y diversión, pero ahora, absorto en sus pensamientos, apenas era capaz de hablar más de dos frases seguidas. Todo aquello era demasiado raro, su instinto se lo decía y no solía fallarle; a decir verdad, lo que más le extrañaba era la efusividad del padre al recibir a su hija, ni un reproche ni una mala palabra salió de su boca cuando la recuperó a pesar de que sería conocedor de que el secuestro había sido, en realidad, una fuga de su enamorada hija. Además, la extraña actitud de la hija no hacía más que acrecentar las dudas que tenía sobre todo aquel asunto. 

- ¿Pensando en lo que ha pasado? – dijo el mago por fin, sacándolo de su ensueño – Realmente, hemos hecho lo que debíamos y nadie ha salido herido. Si esa niña quiere volver a escaparse no será nuestro problema. 

- Creo que hay algo más Halbed, algo que desconocemos y me desconcierta. Mi instinto me lo dice – concedió Reik mientras mordisqueaba su pollo – no sé lo que es, pero no me gusta. 

- A mí tampoco – dijo Halbed mientras observaba a su sorprendido compañero – pero no creo que sirva de mucho preguntárselo. Mañana por la mañana nos iremos de esta ciudad y dudo que regresemos alguna vez. 

- Es posible pero no sé, tengo mis dudas – contestó Reik mientras se levantaba y apuraba su cerveza – voy a dar una vuelta. Quizás ponga en orden mis pensamientos. 

- Recuerda que hay toque de queda parcial, no quiero tener que sacarte del calabozo... otra vez – dijo mientras sonreía. 

- Lo sé, lo sé. Volveré pronto para dormir, pero no me esperes despierto – dijo Reik guiñándole un ojo a su compañero. 

- Ni sobrio – contestó el mago mientras apuraba otra gran jarra de cerveza. 

...

Las dos lunas brillaban en el cielo aquella noche, aunque Morrslieb parecía menos amenazadora que de costumbre. El joven avanzaba en la oscuridad intentando evitar las pocas patrullas que vigilaban las calles de Walam. Intentaba no pensar, concentrándose en lo que tenía que hacer, pero le resultaba del todo imposible controlar sus pensamientos que se arremolinaban en su mente y lo fustigaban. 



Había vuelto a Walam para rescatar de nuevo a su amor, aunque no sabía cómo hacerlo, y mientras andaba había visto por casualidad a uno de los hombres que se la habían llevado, saliendo tranquilamente de una de las posadas. Así, y aprovechando que no le había visto, el joven Johann decidió ir a la posada Guardia de Río a por el otro cazarrecompensas. Durante más de media hora esperó pacientemente en una esquina, mirando todas las ventanas hasta que al fin una luz se encendió y observó como el hombre de la gastada túnica se despojaba de la ropa y, tras un proceso que no entendió, volvía a apagar la luz. Johann le dio otros minutos hasta que se vio dispuesto para actuar. 

Comprobó con la mirada los sitios donde debía apoyarse y calculó mentalmente los saltos. Sólo necesitaba un par de saltos rápidos para llegar al alféizar del primer piso. Luego sólo tendría que trepar hasta la ventana abierta del segundo y colarse sutilmente por ella. Tal y como lo pensó lo hizo y, en un momento, estaba colgado del marco de la ventana con los pies en el aire. Los saltos no habían producido apenas ruido y, tras esperar unos segundos para asegurarse de que nadie sabía de su posición, comenzó a hacer fuerza para entrar en la habitación algo que, tras un breve esfuerzo, consiguió. Una vez dentro aguantó la respiración para cerciorarse, al igual que antes, que su presencia no había sido descubierta; aguantó totalmente quieto y, tras escuchar unos leves ronquidos observó la escena con tranquilidad. 

Una de las camas, a su espalda, se encontraba totalmente vacía. Sin duda pertenecía al hombre que había visto antes paseando. En frente de él, por otra parte, se encontraba la figura del mago que, medio desnudo, dormía plácidamente. 

El joven se desanudó el cordel de la capa y ésta cayó suavemente al suelo. Dio unos primeros pasos con suma lentitud mientras sacaba, sin hacer ruido, una pequeña daga que llevaba escondida en el antebrazo. Dio otro pequeño paso y sintió de pronto una leve respiración detrás de él, luego unas palabras lo helaron en el sitio donde estaba. 

- Debiste haberlo dejado cuando tuviste la oportunidad – la voz sonó como una losa para Johann. Era la segunda vez que fallaba en apenas unas cuantas horas. 

Se giró para observar al hombre que hablaba a sus espaldas y vio al mago aparecía tras de sí desde una esquina de la habitación. Fue un instante que se hizo eternamente lento. Vio cómo se quitaba la ancha capucha de la túnica, apareciendo de donde era imposible que hubiera estado. Observó como el báculo de madera describía un ángulo perfecto, golpeándole la cara y haciéndolo girar sobre sus pies, hasta caer de rodillas delante de la cama. Johann se maldijo en voz baja mientras sentía cómo la conciencia se iba escapando de su cuerpo. Luego, a la vez que los ojos se le iban cerrando, observó como la figura que había visto tumbada en la cama se iba disolviendo como si estuviera hecha de polvo. 

...

Johann se fue despertando poco a poco. Le dolía la cabeza por el golpe que lo había dejado inconsciente. Cuando se terminó de despertar se encontró de nuevo atado y amordazado. Le había salido todo tan bien que ahora empezaba a comprender que había caído en una trampa. ¿Tan predecible había sido? Suponía que sí. 

Miró entonces fijamente al que era su captor. Observó con detenimiento su ropaje negro, que parecía estar hecho de muchas capas de tela con diferentes matices negros. Su mirada luego se desvió al báculo que llevaba en la mano, de una madera negra como no había visto en su vida, estaba retorcido como si el fuego lo hubiera transformado, pero, sin embargo, la pureza de la madera no dejaba ver ninguna grieta por uso o daño recibido. 

Por último, sus ojos se posaron en los ojos de su captor e intentó aguantarle la mirada, aunque no duró mucho. Luego, después de eso, éste habló. 

- No sé qué pretendías. Bueno sí, asesinarme buscando venganza supongo, ¿no es así? – dijo tranquilamente. Johann notó que lo decía sin ninguna emoción, como si que pudieran atentar contra su vida fuera como desayunar por la mañana – en fin, esperaremos a Reik, no tengo ganas de tener que contarle después lo que me fueras a decir ahora. 

...

Reik observó al muchacho que permanecía inmóvil, sin saber qué hacer o qué decir. Se había encontrado ese panorama al llegar a la habitación y había tenido que reprimirse para no reírse con la situación. Ser predecible es el efecto que la temeridad suele tener en la gente hasta el punto de rozar el absurdo. Él en otro tiempo hubiera hecho lo mismo que aquel joven al que, aparentemente, no le sacaba tanta edad. Era por eso que hasta cierto punto admiraba su valor, aunque no su necedad. 

Le quitó la mordaza al chico y se sentó en la cama junto a su compañero mientras comenzaba a hablar. 

- Entonces – dijo mientras se paraba a pensar dándole emoción a sus palabras - ¿Pensabas matarnos mientras dormíamos? – Y tras meditar sus palabras añadió divertido – bueno, matarte a ti, yo me hubiera librado. 

- ¿Vais a matarme o me entregaréis para cobrar la recompensa? – Contestó el muchacho obviando sus insolencias e intentando, en vano, que su voz no saliera asustada. 

- ¿Crees de verdad que hay una recompensa por tu cabeza? – Reik sonrió al sorprendido muchacho – Aún no la hay, que nosotros sepamos; y si quisiera matarte te habría atravesado con mi espada cuando dormías plácidamente. Ni te habrías enterado, créeme. Así que dime, ¿por qué has venido hasta nosotros en vez de ir a buscar a tu “amorcito”? 

- No os quería matar, en serio – el joven miró a la daga caída en el suelo y volvió a hablar – no he matado nunca a nadie. Sólo quería saber dónde se la llevaron. La amo, y ella me ama a mí. 

Johann cayó entonces de rodillas, torpemente, con la silla aún atada a su espalda. De sus ojos empezaron a brotar lágrimas que al poco tiempo corrían sin control por sus mejillas. Ninguno de los dos hombres se sorprendió por aquella reacción. Reik se levantó de la cama y se acercó al muchacho, al que desató. Luego, lo sentó en su cama y volvió junto a su compañero. 

- ¿De qué va todo esto, Johann? – Comenzó a decir – he visto muchas cosas en esta vida y, por algún motivo, no me parece que esto sea un problema de enamorados. 

- Es eso – comenzó a decir el muchacho mientras se frotaba los ojos – es eso y mucho más. 

- Explícate – exigió Halbed que se había tumbado cómodamente en la cama – no tenemos toda la noche para tus balbuceos. Si hay algo más importante cuéntanoslo de una vez por todas. 

- Liz nunca ha querido a su padre y nunca me ha contado qué es lo que ha pasado con él. Sin embargo, con su tío Marius siempre se ha llevado muy bien. Por eso nos fuimos con él, él nos protegía. Así que con su apoyo esta noche hemos contraído matrimonio en una tosca ceremonia ilegal pero que sellaba nuestro amor. Después, bueno, después vino la noche de bodas y me dijo algo a lo que no quise darle importancia. Luego, aparecisteis vosotros y os la llevasteis – el joven paró como si recordara algo – antes de irse me mostró una marca en la nuca, nunca se la había visto. 

Reik arqueó una ceja mientras se rascaba la barba. Halbed saltó de la cama y buscó inmediatamente un papel y un carboncillo dentro del petate. No le importó que el muchacho se hubiese puesto, de nuevo, a llorar. Su instinto se había activado de nuevo y eso era más importante que las lágrimas de un jovenzuelo enamorado. Le dio un pedazo de pergamino y el carboncillo y le obligó a dibujar. 

Johann observó cómo aquel hombre le quitaba el dibujo antes de haberlo acabado y como su semblante se ponía serio. Le pasó el dibujo al otro hombre, que se levantó inmediatamente para quemarlo en la vela. Aquel dibujo parecía haberles alertado y Johann no sabía si aquello sería una buena o una mala señal. Casi sin pensárselo se tiró de la cama, cayendo de rodillas y bajando su cabeza hasta una postura realmente humillante. 



- Os pido humildemente que me ayudéis – comenzó a decir mientras trataba de no balbucear – vine con esa intención, de verdad, pero me equivoqué. Yo no soy un guerrero, no sé qué podré hacer para rescatar de nuevo a Liz. 

- Levántate – sonó la voz dura del mago – vete y avisa a tus “rebeldes”. Mañana nos veremos en la torre, al amanecer. 

- Pero, debemos actuar ya. Liz puede estar en peligro. 

- No es por menospreciarte, pero tus planes no parecen muy buenos. Si quieres salvar a tu amorcito vas a tener que dejar que nosotros nos encarguemos. 

El joven asintió con la cabeza mientras recogía la daga y la capa del suelo y se enjugaba las lágrimas intentando aparentar aún una postura digna. No dijo nada más. Abrió la puerta y salió tranquilamente. Luego, la habitación se quedó en un profundo silencio hasta que la voz de Reik lo cortó. 

- ¿Al amanecer? No te has despertado tan temprano en tu vida. 

- Es sólo una forma de hablar ¿No se lo habrá tomado literalmente? – y luego entre risas Halbed añadió – si es así se de unos cuantos que van a tener que recurrir a toda su paciencia. 

Ambos amigos rieron entonces mientras se acostaban. Mañana sería, posiblemente, un día extraño. 

...

Era casi medio día cuando Johann vio aparecer a los dos hombres. Recordaba que le habían dicho al amanecer, pero ya no estaba seguro de nada. Apenas había podido dormir y en los pocos momentos que lo había hecho su descanso se había llenado de horrendas pesadillas donde perdía a Liz una vez tras otra. No podía esperar para hacer algo por ella, pero los dos hombres tenían razón, sus acciones habían sido erráticas. Necesitaba de su ayuda, aunque no sabía si aquello bastaría. 

Al verlos llegar Johann entró en la torre y tocó la campana de alerta. Al poco tiempo, todos los hombres, con Marius al frente, acudieron a la llamada. 

Reik observó cómo, poco a poco, los hombres se aproximaban a la torre semi derruida. Eran cerca de treinta hombres armados con ballestas y toscas lanzas, la mayoría. Sólo la espada del que suponía que era el líder parecía de buena manufactura, el resto, si bien podían asaltar a indefensos viajeros, no representaban una amenaza real contra Walam. 



Johann parecía nervioso pero el resto de los presentes permanecían quietos y serios. Reik sopesó la situación y se obligó tanto a tranquilizarse como a adoptar una pose neutra. Después de todo, pensó, era normal que estuvieran enfadados, no sólo les habían hecho esperar horas, sino que habían “secuestrado” a la joven Eliza sin que se dieran ni cuenta. 

- ¡Os lo habéis tomado con calma! – dijo el hombre que estaba al mando y que Reik supuso que era Marius Keppler – En fin. Hablemos – y tras un gesto dos hombres se adelantaron del grupo – dejad vuestras armas. Os las devolveremos, pero no quiero sorpresas. 

- No puedo culparte – constató tranquilo Reik. 

Luego poco a poco se desarmó; entregó su espada curva y la pistola ballesta, así como las dos pistolas que colgaba del cinto. Además, sacó una daga corta oculta en el antebrazo y otra de la bota. Por su parte, Halbed se encogió de hombros dejando claro que no llevaba ningún arma oculta bajo sus ropajes.

- El báculo – añadió Marius aún serio – he oído que también puedes usarlo como arma – dijo mientras miraba la cara amoratada de Johann. 

Halbed volvió a encogerse de hombros mientras le ofrecía el báculo al otro hombre que se había adelantado. Éste, al sujetarlo, emitió un pequeño chillido y lo dejó caer al suelo mientras se llevaba la mano a la boca. 

- Me he debido clavar una astilla – dijo cuando se dio cuenta que todos lo miraban – lo siento. 

- No te preocupes – dijo amablemente Halbed, ofreciéndoselo de nuevo tras recogerlo del suelo. 

Por un momento el hombre pareció dudar, pero luego, con la otra mano, agarró el báculo del mago y lo llevó hasta dejarlo junto al resto de armas a los pies de la torre. 

- Perdonad esto, pero toda precaución es poca – dijo Marius, que ahora parecía más relajado – seguidme y hablemos de lo que debemos. 

Los dos hombres siguieron al líder de los rebeldes hasta el sitio donde la noche anterior habían estado de celebración. Junto a ellos los seguían un par de hombres, además de Johann que guardaba cierta distancia con cautela. Luego, Marius los invitó a sentarse a la mesa y les ofreció comida y bebida, pero ninguno de los dos tomó nada. Después, el hombre habló. 

- Mi sobrina estaba aquí por voluntad propia – comenzó a decir – todos saben que no me llevo bien con mi hermano, pero, igualmente, no me gusta hablar mal de él. Simplemente, ella debe volver, y más ahora que está casada con Johann. 

- Los dos sabemos que ese matrimonio no es válido – comenzó a decir Reik. - Y si has hablado con Johann, como supongo que has hecho porque nos esperabas, sabrá que hay un tema más importante incluso que su vuelta, y es por qué estaba marcada por el Caos. 

- ¿Marcada por el Caos? – dijo Johann de sobresalto, aunque sus palabras representaron a todos los presentes. – No dijiste nada de eso anoche. 

- Claro que no. Estabas ya bastante nervioso como para meterte más miedo. Sin embargo, el símbolo que dibujaste es el símbolo de uno de los cuatro dioses, del príncipe del Caos para ser más exactos. 

- Sabéis mucho del tema, señor…. – dijo Marius inquisitivo. 

- Halbed Unklark – contestó casi desafiante – soy un mago del colegio de las sombras, de Altdorf, es mi deber saber estas cosas. 

- Pero la ayudaréis ¿no? – dijo sollozando Johann – Si alguien tiene la culpa de esto es su padre. Primero hay que alejarla de él, luego nos alejaremos de Walam. Yo puedo cuidarla… 

- Aún no sabemos nada con exactitud – dijo Marius, tranquilo – no quiero acusar de herejía a mi hermano así por las buenas, es sangre de mi sangre igualmente y esa es una acusación muy seria. 

- Cierto que lo es – concedió Halbed que aún lo miraba fijamente. 

- Sin embargo – añadió Marius – es cierto que mi sobrina estará más segura aquí, con nosotros y con su marido. Nosotros no tenemos capacidad para entrar en la ciudad. No gozamos de la confianza de la gente ni de vuestras habilidades. Por eso os pedimos el favor y, si no fuera suficiente, os ofrecemos cincuenta coronas de oro. Si mi hermano os pagó podéis tener este dinero extra y seguir vuestro rumbo tranquilamente. 

- Lo haremos – dijo Reik mientras se levantaba – pero no crea que es por el dinero. De vez en cuando, hacemos lo correcto. 

- Vuestra fama dicta que eso pasa en contadas ocasiones, si me permitís el atrevimiento – replicó Marius como si se lo hubiera tomado como un ataque personal. 

- Os lo permito. No habéis dicho ninguna mentira. – contestó a la par que le sonreía. Luego, todos siguieron su ejemplo y se levantaron de la mesa. 

...

Reik y Halbed volvían por el serpenteante camino. Durante un instante no dijeron nada hasta que se hubieron alejado lo suficiente y supieron que los dos bandidos que les seguían por la maleza habían dado ya media vuelta. Luego, Reik habló. 

- Sabes más de esto que yo, pero ¿te ha parecido todo tan raro como a mí? 

- Sabes que sí – dijo Halbed mientras apretaba con fuerza el báculo – tenemos que tener cuidado con todo esto. Estamos en el centro de algo raro. Primero voy a hablar con el alcalde, como visita de cortesía. 

- Creo que iré al templo de Sigmar, para contrastar cierta información. 

- Me parece bien. Sea como sea nos veremos al anochecer en la posada y recuperaremos a Eliza, creo que también debemos hablar con ella. 

...

Los asuntos de cada uno les llevaron todo el día y ya era de noche cuando ambos se volvieron a reunir en la posada. Esta vez se sentaron en la mesa más alejada de la chimenea, lejos de oídos curiosos. Oscuridad para asuntos oscuros, que solían decir de broma. Una vez sentados, y con la comida y la bebida por delante, Reik habló. 

- Le he pagado a un mensajero para que le diga a Johann que nos reunimos en el claro del camino, junto al riachuelo – empezó a decir – no ha sido nada barato. De noche y un mensaje a los bandidos, al parecer. Empiezan a poner excusas y al final te sacan todo el dinero que pueden. – y luego, centrándose, continuó – ¿está todo preparado? 

- Así es – concedió Halbed – no creo que tengamos problemas. 

- ¿Has hablado con Eliza? 

- No, será mejor que no se lo espere. De todas formas, espero poderle sacar la información que me falta de camino al claro. Aunque no se si confiará en nosotros después del doble secuestro. 

- Sino – dijo Reik que paró para beber un largo trago de cerveza – siempre puedo usar mi legendario encanto – dijo al tiempo que esgrimía una enigmática sonrisa. 

- Mal vamos entonces – contestó Halbed riendo tranquilamente. 

...

Johann observó cómo un hombre a caballo venía a lo lejos. Se fue a adelantar pero Marius lo paró y se acercó él. Luego vio cómo el mensajero le daba una nota sellada y éste lo abría para después arrugarla, indignado. Por último, vio como de nuevo se acercaba a él. 

- Lo siento muchacho – dijo mientras le posaba una mano en el hombro – Reik nos la ha jugado. Ha dicho nuestras intenciones a mi hermano y ha abandonado la ciudad. Al menos, ha tenido la decencia de avisarnos, aunque supongo que lo ha hecho para regodearse. 

- Pero…pero… - dijo Johann tartamudeando – dijo que nos ayudaría. Tenemos que salvar a Liz. 

- Lo haremos, Johann, confía en mí como siempre has hecho – apretó con ternura el hombro del muchacho – descansa en la torre y mañana, más tranquilos, decidiremos qué hacemos. Pero una cosa te prometo, la recuperaremos, puedes estar seguro. 

- Gracias, muchas gracias, Marius – dijo Johann que aguantando las lágrimas se fue al interior de la torre. 

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