¡Buenos días hoy también! La semana pasada liberamos uno de los trasfondos presentados durante el IV Torneo Leyendas en Miniatura, sabedores de que volveríais a por más, ya que después de que Cneus presentara al Rey Nerahtep, hoy va a desarrollarnos su venganza, que le llevará a recorrer mundo, y es que Cneus ha logrado entrelazar fantásticamente sus batallas contra los ejércitos de Fran el Calvo, Xorro y Warriorwithing. Sospecho que lo vais a disfrutar.
Hijo del Gran Settra, el León sin Manada, Amado de los Sacerdotes, Pupilo del Escorpión, Auriga de Fuego, Venganza del Inframundo, Protegido de Usirian y Colmillo del Áspid.
Desde
el Gran Despertar, el objetivo de Nerahtep era el de reclamar la herencia que
le había sido robada en vida. Sin embargo, su hermano había borrado su nombre
de los registros y, sin los símbolos regios con los que eran enterrados los
soberanos de Khemri, los demás reyes funerarios no le reconocían como a un
igual.
Después
de arduas investigaciones, los agentes de Nerahtep descubrieron el destino de
su antiguo Cetro real. Su tumba había sido saqueada siglos atrás por una tribu
de incursores del desierto, que vendió los tesoros en las ciudades mercantes de
Arabia. Finalmente, el cetro había sido capturado por un ejército de cruzados
bretonianos. La reliquia que milenios atrás había sido símbolo de su poder
regio, legitimándolo como heredero de Settra, formaba ahora parte del
patrimonio de un noble linaje bretoniano.
Para
el Duque Cassyon, los más de trescientos años que el Cetro llevaba en manos de su
familia se antojaban una eternidad, y la reliquia se encontraba entre las
propiedades más antiguas de su Casa, un testimonio de la gloria de unos
antepasados que hacía ya siglos que solo vivían en canciones. Para Nerahtep,
aquel periodo de tiempo no había sido sino un breve sueño.
La
armada de Nerahtep partió del Mortis y cruzó el mar, bordeando la costa
estaliana para atracar en Bretonia. El desembarco no pasó desapercibido, y la
noticia de un ejército nehekhariano alarmó sobremanera al Duque Cassyon, que
reclutó urgentemente una hueste para expulsar a los invasores. La batalla fue
extremadamente cruenta, con pegasos, buitres y necroesfinges surcando los
cielos mientras los carros y las cuñas de caballeros chocaban con el estrépito
de monturas y metales.
Del
lado bretoniano, cayeron desde los más nobles caballeros del Grial hasta la
escoria más baja de los brigands. Por parte de Khemri, se desvanecieron tanto
insignificantes esqueletos como gloriosos constructos. Ambos generales fueron
heridos. Nerahtep, en busca de aquello que le faltaba, a punto estuvo de perder
todo lo que tenía. Y sin embargo, mientras se libraba la batalla, el anciano
sacerdote Horemptah, renacido como Golem Escorpión, logró infiltrarse tras las
líneas del Duque y recuperar el Cetro. Cuando la noticia llegó al campo de
batalla, el Rey ordenó la retirada ordenada de las tropas que quedaban en pie.
Los bretonianos podían quedarse con el campo, él ya tenía lo que había ido a
buscar. Los cronistas militares dirían que aquel enfrentamiento se saldó con un
empate, pero para Nerahtep, pese a haber perdido a gran parte de su ejército,
el día sabía a victoria.
...
La
flota khemriana partió de inmediato, pero el océano es caprichoso, y cuando
mediaba la travesía una tormenta se dibujó en el horizonte y se abalanzó sobre
la armada antes de que los hieráticos timoneles pudieran cambiar su rumbo. Para
escapar de un naufragio seguro, Nerahtep ordenó virar rumbo este y atracar en
la primera tierra que apareciera. La urgencia y la precipitación impidieron
ningún reconocimiento del terreno, demasiado cercano a las malditas tierras de
Strigos.
Aquella
noche, mientras Nerahtep trataba de recomponer sus fuerzas, unos aullidos
ultraterrenos interrumpieron sus órdenes. Pese a que sus fuerzas eran inmunes
al temor que aquellos lamentos provocarían en cualquier mortal, el rey supo lo
que anunciaban. Habían desembarcado en tierras vampíricas, y los amos de la
noche se cernían sobre ellos.
El
sonido de alas membranosas surcando el cielo nocturno puso en alerta al
diezmado ejército. Nerahtep se subió a su carro y, antes de que pudiera evaluar
la situación, toda una horda enemiga había salido de la oscuridad y se echaba sobre
su hueste. Lobos por todas partes, murciélagos desde las alturas, feroces
vargheist en su flanco derecho, un Vargulf en el flanco izquierdo, y en el
centro, frente a él, un gigantesco engendro del terror, montado por un Señor de
los Vampiros del monstruoso clan Strigoi. Si no cargaba en aquel instante, la
mole alada se echaría sobre él, acabando con sus carros antes siquiera de poder
azuzar a las bestias de tiro.
Y
cargó. Los carros se estrellaron contra la bestia levantando una nube de polvo…
pero el engendro se sacudió las astillas como si nada, y con un terrible
alarido y un batido de sus garras despedazó madera y huesos. Mientras lobos y
huestes espectrales envolvían su unidad de carros, Nerahtep fue consciente de
que la batalla estaba perdida.
Pocas
horas después, los necrófagos que acompañaban al Señor strigoi roían los huesos
polvorientos de la masacrada hueste de Nerahtep tratando de encontrar algo de
tuétano. El Señor de los Vampiros ya había abandonado el campo de batalla,
lamentándose por la pérdida de su neonato, decapitado por una colosal
necroesfinge. Amparado por el sol que comenzaba a levantarse, espantando con su
luz a las criaturas de la noche, el golem escorpión en el que se encontraba
momificado Horemptah emergió por primera vez de las arenas, bajo las que había
permanecido durante toda la batalla.
Horemptah
recorrió el campo de batalla y localizó a Nerahtep, gravemente herido bajo los
escombros de su carro. Pero su protegido había muerto milenios atrás, y no
podía volver a morir. Aquella incursión al norte había sido difícil, pero
habían logrado recuperar el Cetro real, y el rey no tardaría en levantarse de
nuevo y empuñarlo para reclamar su trono. El sacerdote se preparó, entonó el
Cántico de Djedra y comenzó el proceso de reanimación del rey y su hueste.
...
Nerahtep
regresó a Nehekhara sin sus naves, pero más sabio y preparado de lo que había
partido. Con ayuda de los sacerdotes terminó de reanimar a sus fuerzas, desde
los poderosos Ushabtis hasta el último arquero. Todo el ejército de fieles y
constructos que le había acompañado en su expedición al norte volvía a estar listo
para la batalla, y ahora lo comandaba un rey preparado al fin para vengarse de su
hermano, casi cinco milenios después de que éste le usurpara el trono.
Nerahtep
condujo a su ejército a la necrópolis real de Khemri y emitió su desafío,
blandiendo en alto el cetro. Varios reyes y príncipes salieron de sus sepulcros
y le observaron con un renovado interés, hasta que finalmente su hermano, Ahtaf
I, hizo su aparición. Decían las crónicas que Ahtaf había sido impopular, y había
acabado provocando una revuelta en su contra; sin embargo, el ejército con el
que se había enterrado, y con el que respondía a su desafío, era tan numeroso
como el que Nerahtep había reunido a lo largo de siglos. Al otro lado del campo
de batalla se dispusieron unidades de guerreros con lanza y con arco, carros,
guardianes del sepulcro, acechantes sepulcrales… y dos monstruosidades: un
gigante de Khemri y una esfinge de guerra.
Ahtaf
había tenido tiempo de observar el despliegue de Nerahtep y actuar en consecuencia.
Sin embargo, el fuego de la venganza impelía a Nerahtep, que comenzó a dar
órdenes en primer lugar. La necroesfinge y los buitres sobrevolaron la
necrópolis, protegiéndose tras monumentales mausoleos, mientras el resto del
ejército se posicionaba, amenazando el avance de las tropas rivales.
Los
guerreros esqueléticos eran lentos, y no podían seguir el paso de los grandes
constructos. El primer choque de estos fue brutal, con los Caballeros de la
Necrópolis leales a Nerahtep arrasando a los acechantes sepulcrales enemigos y
trabándose contra la esfinge de guerra. El gigante de Ahtaf cargó entonces
contra ellos, solo para verse sorprendido por la necroesfinge y por Horemptah,
el golem escorpión, en lo que se convirtió en una contienda de titanes. Cuando
las arenas y el polvo volvieron a posarse, los restos del gigante y la esfinge
de guerra yacían convertidos en parte del paisaje mortuorio. En la confusión,
los buitres descendieron sobre uno de los sacerdotes enemigos, convirtiéndolo en carroña.
Con
la pérdida de acechantes, gigante, esfinge y sacerdote, Ahtaf vaciló. Sin
embargo, todavía conservaba a los soldados que le habían servido en vida, y que
ya le habían proporcionado la victoria contra su hermano pequeño cinco mil años
atrás. Con una voz ronca, lanzó a sus tropas al ataque, chocando carros contra
carros con estrépito, y empujando a sus leales guardianes del sepulcro contra
el artífice de aquella insubordinación, el golem escorpión Horemptah.
Sus
antiguos guardaespaldas acabaron con aquel molesto insecto, que cayó con sus
pinzas cercenadas por las letales alabardas. Nerahtep, al ver desplomarse a su
mentor y salvador, entró en cólera y, con un grito desgarrador lanzó un desafío
a su hermano. Y en medio de la necrópolis de Khemri, mientras aurigas y bestias
eran asaltados por enjambres de escarabajos, los dos reyes desmontaron de sus
carros y se enzarzaron en un duelo feroz.
Ambos
estaban igualados en destreza y fuerza; los golpes que uno daba, el otro los
devolvía. Y sin embargo, Nerahtep contaba con la protección del Ankhra dorada,
que le salvó desviando el filo de su enemigo en el último instante. La sorpresa
de Ahtaf, que un instante antes se veía vencedor del duelo, proporcionó a
Nerahtep el respiro que necesitaba para alzar por encima de la cabeza su arma a
dos manos, con la que descargó un tajo terrible en el costado de su rival.
Ahtaf, incrédulo, se llevó una mano a la herida, que amenazaba con seccionar el
embalsamado tronco por la mitad. Durante unos momentos, la determinación del rey
luchó contra la inevitabilidad, pero la presión de los enjambres y carros
enemigos terminó doblegando su voluntad, y su cuerpo, vacío, se desparramó
convertido en polvo sobre las arenas de Nehekhara.
Nerhatep
jadeó, reposando su agotamiento con una mezcla de sensaciones que no recordaba
haber sentido ni cuando su corazón latía. La batalla había terminado. El usurpador
había sido derrotado. El sol ya comenzaba a ponerse en el lejano oeste, más
allá de las pirámides. Los reyes que habían asistido a la batalla como espectadores
asintieron complacidos y le dedicaron un saludo respetuoso antes de regresar a sus
sepulcros. El viaje había sido arduo. Los escribas hablaban de empates y
derrotas en el largo camino, a través de Bretonia y Strigos, que le había
llevado a aquel lugar y a aquel momento. Pero aquel día, al final del camino,
los cronistas escribirían sobre su gran victoria.
Comandantes
- Rey funerario en carro ligero con arma a dos manos, armadura ligera, escudo, Ankhra Dorada y Carro de Fuego
Héroes
- Sacerdote funerario en Arca de las Almas, con Pergamino de Dispersión
- Sacerdote funerario con Manto de las Dunas y Pectoral de Shapesh
Básicas
- 5 caballería ligera de Khemri
- 3 carros ligeros
- 3 enjambres funerarios
- 12 guerreros esqueleto con arco
Especiales
- 3 buitres de Nehekhara
- 3 caballeros de la necrópolis
- Gólem escorpión
- 3 ushabtis
Singulares
- Necroesfinge
¡Ole! Genial crónica, muy original la forma de narrarla y muy bien hiladas las batallas. Enhorabuena a Nerhatep por recuperar su legítima posición
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