¡Buenos días una vez más! Como ya os adelantamos la semana pasada, el relevo con los lunes del IV Torneo Leyendas en Miniatura lo ha tomado TitoMC y hoy nos va a sumergir en la batalla librada entre las fuerzas de Averland y un nutrido contingente pielverde, que capitaneó en aquella ocasión Palín (y que a su vez ya nos había obsequiado con su propia crónica en este mismo blog).
Buenos días generales y demás lectores ávidos de historias sobre el mundo de Warhammer. Como ya comenté, hoy os traigo el primero de 3 relatos cortos inspirados en las batallas jugadas en el cuarto torneo de Leyendas en miniatura. Las narraciones están basadas en hechos reales pero es posible que según las fuentes consultadas algún elemento de la historia varíe. Todas estarán narradas desde el punto de vista de los valientes Averlanders que combatieron con mayor o menor honor y al acabar la última haré una pequeña valoración sobre el torneo, espero que os entretengan.
En esta primera batalla me enfrenté a Palín, un tío majísimo que
trajo un ejército orco muy divertido con mucha infantería, jabalíes, carro,
garrapatos, nocturnos ¡y hasta un gigante! Admiro mucho la deportividad que
demostró pues siendo sinceros tuvo muy mala suerte y a mí me salió
absolutamente todo bien en esa partida pero lejos de desanimarse dio batalla
hasta el final. Os dejo con el relato del encuentro:
La frontera natural que separan los reinos fronterizos de
las provincias imperiales formada por las montañas Negras conforma el mejor
sistema defensivo del Imperio frente a grandes invasiones provenientes de las
tierras del sur, y los habitantes de Averland lo sabían bien. Los hombres de
esta región han sido testigos tanto de pequeñas escaramuzas como de las mayores
batallas de la historia del Viejo Mundo, y habían aprendido a usar el terreno a
su favor, ya que en todas ellas, la orografía del lugar combinada con la
superioridad tecnológica y la fe en Sigmar habían marcado la diferencia frente
a la fuerza bruta y el ingente número de invasores. Pero haber triunfado en el
pasado no había garantizado la seguridad de estos pasos montañosos fuertemente
defendidos sobre los que la sombra de un enemigo cada vez más agresivo se
cernía.
El cielo amaneció de un rojo intenso aquel día y en el horizonte los vigilantes de la atalaya del Paso del Enano Loco podían divisar una enorme nube de polvo. Los rumores que algunos agoreros llevaban días propagando parecían ser ciertos, los orcos llevaban tiempo reuniéndose en gran número al otro lado del desfiladero, y ante tal amenaza, el conde Helmut y sus hombres entrenados a conciencia para momentos como este, se prepararon a toda prisa entre los rítmicos tañidos de las campanas que alertaban a la población de la ciudad.
Cuando las hordas pieles verdes encuentran la motivación
suficiente y se reúnen en masa en torno a un Caudillo, son demasiado peligrosos
en campo abierto, por eso el conde se apresuró a desplegar sus tropas cerca de
una antigua torre de vigilancia medio en ruinas, ordenando a los arcabuceros
que se mantuviesen a cubierto en las zonas rocosas de difícil acceso mientras
el resto de la infantería formaría en ordenados bloques por los pasos abiertos
del desfiladero. Los artilleros colocaron sus máquinas en el centro de la
formación donde estarían protegidos por las tropas regulares a la vez que
tendrían a su alcance a cualquier unidad enemiga, mientras que por último, los
herreruelos y las órdenes de caballería cubrirían los flancos de las
formaciones y amenazaban con envolver al enemigo rápidamente.
Los rudimentarios instrumentos que marcaban el paso de las tropas enemigas apenas hacían acto de presencia entre la ola de sonidos guturales que emanaba de la marea verde que se avecinaba. El ejército orco era diverso y entre sus filas no solo habían reunido orcos comunes, salvajes y rudimentarios carros de guerra, una gran cantidad de goblins nocturnos los acompañaban y con ellos enormes bestias de llamativos colores repletas de afilados cuernos y colmillos como espadas que avanzaban retorciéndose sobre sí y saltando como si estuviesen poseídos. Pero fue al divisar a un gigante que se había unido al enemigo en su marcha, cuando el corazón de algunos de los más bravos defensores se encogió. Helmut sin dudarlo un momento montó sobre su fiel grifo Luna Invernal, y volando sobre el desfiladero se posó sobre una enorme roca en el centro de su ejército para arengarlos momentos antes de que los viles invasores, tomando este acto como una provocación, se lanzasen al combate.
Una vez los orcos estuvieron a una distancia considerable
comenzó la lluvia de proyectiles sobre las tropas enemigas cuyas unidades más
grandes apenas parecían sufrir desgaste. A medida que el centro del campo de
batalla se llenaba de humo y olor a pólvora de los arcabuces, los defensores
cada vez echaban más de menos el ensordecedor rugido de las máquinas de guerra,
en especial tras la última adquisición para el ejército. Entre la artillería
imperial, destacaba, traído directamente desde Nuln, un imponente cañón de
salvas compuesto por nueve cañones sobre una base giratoria que le permitía
lanzar mortíferas descargas al enemigo, pero el cual nuestros ingenieros no
parecían saber poner en marcha al principio del combate, quedándose
encasquillado justo antes de abrir fuego por primera vez.
Tras estas primeras hostilidades, nos dimos cuenta de que no éramos los únicos capaces de enfrentarnos al enemigo a larga distancia. La horda pielverde contaba con numerosos chamanes que suplicaban la atención de sus dioses, mientras que Sigmar nos protegía de sus infames trucos de la mano de nuestro sacerdote guerrero quien velaba por nuestros hermanos y se emplazaba en primera fila para combatir llegado el momento.
Gracias al terreno y los tiradores apostados, el centro de
nuestra formación parecía ser sólido, hasta que aquel gigantesco ser, que acompañaba
a los invasores, apresuró su paso hacia los
arcabuceros mientras estaban distraídos abatiendo a los enormes garrapatos que
se acercaban a nuestras filas. Fue entonces cuando el conde Helmut espoleando
su montura partió en su encuentro. El titánico combate parecía no tener fin, el
gigante usaba un enorme garrote para intentar barrer a nuestro señor que se
revolvía y dirigía los ataques de su
poderoso martillo sobre la cabeza del coloso. El portentoso ser aguantó lo
suficiente para que unos goblins intentasen apuñalar por la espalda a Helmut,
pero la impactante visión de su grifo de guerra fue suficiente para hacer que
estos se retirasen del combate.
La segunda gran preocupación de nuestro estratega eran los carros orcos y una peña enorme de orcos de aspecto asalvajado, agarrados a lomos de monstruosos jabalís que cabalgaban por el campo de batalla cegados por la furia. Un enemigo así en campo abierto no tiene rival que les haga sombra, por esto fue necesario mandar unidades de batidores a distraerles y atraerles al terreno más abrupto del lugar, de manera que quedasen atrapados y no pudiesen aportar ventaja alguna al enemigo durante la batalla.
Mientras esto ocurría, en el flanco derecho, los impávidos
herreruelos se adelantaron y abriendo fuego cargaron sobre unos jinetes goblin
montados en arañas enormes que no dudaron en huir cuando se vieron en
desventaja, dejando un pequeño hueco en el frente enemigo por el que la veloz unidad
montada, aprovechando su movilidad, se escabulló dirigiéndose hacia la
retaguardia enemiga. En este lugar se encontraba el que parecía ser artífice de
esta invasión, un astuto chamán goblin nocturno que hasta ese instante había
estado susurrando a los oídos del caudillo orco imponiéndole su voluntad.
Superado en todos los sentidos quedó petrificado ante el rápido movimiento de
la caballería que acabó con su vida gracias a sus armas de fuego, dejando sin
cabeza al ejército enemigo y provocando el pánico generalizado entre los
goblins.
Tras horas de combate, en el centro de la contienda, los
artilleros del cañón de salvas, viendo como la infantería orca se abalanzaba
sobre las líneas aliadas y que se encontraba cada vez más cerca de su posición,
intentaron apresurarse por hacer funcionar aquella supuesta maravilla de la
ingeniería que tantos problemas había dado ese día, cargando toda la pólvora y
proyectiles de que disponían y encendiendo la mecha cuando… ¡KABOOOM! Un enorme
estruendo sacudió el campo de batalla y llamó la atención de todos los
presentes. Acababa de ocurrir algo espectacularmente devastador, el cañón
comenzó a escupir proyectiles hacia el enemigo mientras giraba libremente de
forma descontrolada sobre sí, impactando a los sorprendidos orcos, los cuales
en cuestión de segundos fueron reducidos a una masa informe de carne y huesos
rotos sobre el campo de batalla.
Tras disiparse el humo, la mayor parte de los efectivos orcos
comprendieron que ese día no podrían superar las defensas imperiales y
comenzaron su desordenada retirada. No fue difícil en este punto de la batalla
para la caballería imperial alcanzar un punto estratégico de gran valor desde
donde dar caza a los rezagados que intentaban huir pues la única forma de
erradicar a estos engendros es acabar con ellos por completo para que no
vuelvan a tener el valor de reunirse.
Ole ahí! Muy chula la batalla narrada en forma de crónica de trasfondo. Contado así parece que di guerra de verdad, jajajaja. Un saludo Tito. Espero cruzarme pronto de nuevo contigo en el campo de batalla y ajuztar kuentaz! Hasta entonces!
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