¡Buenos días fieles visitantes! Arrancamos una semana más en este blog con las peripecias en el IV Torneo Leyendas en Miniatura contadas por TitoMC, que esta semana nos va a relatar los peligros que tiene expedicionar hacia el Sur, allá donde la arena cubre casi hasta el horizonte, y donde imperios supuestamente extintos no lo están tanto, como Roque se ocupó de demostrar.
¡Muy buenas de nuevo Generales! Hoy os traigo el segundo relato
de esta serie de tres que me he propuesto realizar basados en las partidas
jugadas en el IV torneo de Leyendas en miniatura. En esta ocasión tras haber
obtenido una victoria por masacre, Averland se enfrentará a los reyes funerarios
de Roque, uno de los miembros más reputados del “KILT Team”, que el año anterior logró una buenísima posición en el torneo y además alguien con quien
da gusto jugar. La verdad es que es la primera vez que me enfrentaba a este
ejército y Roque me ayudó muchísimo a entender su manera de juego, a saber qué temer de ellos y como intentar contenerlos. Sin más os dejo con el relato de la
batalla.
AVELÍN EL MALDITO
¡Te he dicho mil veces que no te queremos aquí Avelín!
¿Acaso ya has olvidado lo que pasó la última vez? ¡Largo o espantarás a la clientela! - La voz
del posadero retumbó por toda la vieja taberna del Perezoso, y los más jóvenes
del lugar se preguntaban quién sería ese hombre, y porque era repudiado en cada
lugar al que iba...
Conocí a Avelín hace un tiempo, ambos éramos jóvenes y la vida en la aldea se hacía complicada, por lo que, junto a otros muchachos del barrio, decidimos alistarnos en la milicia local, la cual buscaba reclutas para una expedición marítima que sería capitaneada por el mismísimo conde Helmut en persona. Había mucho secretismo alrededor de esta expedición pero ciertos rumores decían que el conde, en una de sus visitas a Marienburgo había conseguido un mapa de entre las pertenencias de un viejo lobo de mar encerrado en un sanatorio mental, que señalaba la posición exacta de algún lugar de interés, el cual con el tiempo descubriríamos que se trataba de unas prósperas minas situadas en la frontera de las tierras del sur con el gran desierto. Este lugar había sido descubierto y explotado antaño por una gran expedición pero sin razón aparente dejaron el lugar y en su regreso, el navío en el que viajaban naufragó, dejando al viejo marinero como único superviviente.
Una vez embarcamos, el trayecto fue tortuoso, las fuertes
tormentas que atravesamos cerca de costas bretonianas y los ataques de piratas
en Arabia habían causado mella en nuestras filas, además la falta de
provisiones se había hecho latente en las últimas etapas del viaje, pero
gracias a la determinación de Helmut conseguimos llegar a nuestro destino con
la moral alta.
Donde acaban los desiertos de las tierras del sur se alzan repletas de vegetación nutrida por sus aguas subterráneas majestuosos desfiladeros que separan un mundo perdido repleto de vegetación de una tierra árida e inhóspita, de polvo y sol, y es justo en esta frontera natural donde encontraríamos lo que nuestro señor con tanta ansia buscaba.
Pero cuando creíamos haber alcanzado nuestro objetivo,
nuestra suerte cambió una vez más. Al principio todos estábamos inmersos en un
frenesí de alegría y mientras descargábamos el equipo no nos dimos cuenta del
peligro que suponía el terreno que transitábamos. Un mar de dunas se interponía
entre nosotros y nuestro destino final, pero por desgracia, este no sería el
peor de nuestros inconvenientes. Los batidores en su labor de reconocimiento
del terreno, fueron los primeros que divisaron el horizonte y notaron algo
extraño en unas nubes polvorientas que no se desvanecían en la lejanía.
Wilhelm, el mago al servicio del conde, comenzó también a notar algo extraño, y
el viento venía cargado de ecos rítmicos en la lejanía que comenzaron a volvernos
paranoicos. Algunos hombres afirmaban haber visto la arena bajo sus pies
moverse y el pánico empezaba a cundir entre los menos experimentados, fue
entonces cuando el conde ordenó que trajesen a su montura personal y tras un
pequeño vuelo de reconocimiento ordenó formar a toda prisa a las tropas y armar
las baterías de artillería.
Sin que apenas nos diese tiempo a reaccionar, una nube oscura
formada por buitres putrefactos cayó sobre nuestras máquinas de guerra con
una velocidad atroz, como si un viento mágico los impulsase y lluvias
interminables de proyectiles comenzaron a caer sobre nuestras tropas menos
acorazadas con una precisión quirúrgica. Instantes después, cuando apenas
empezábamos a reaccionar a la emboscada, una gran cantidad de carros de guerra
tirados por corceles esqueléticos y entre los cuales se podía distinguir a su
líder, aparecieron de la nada en nuestro flanco derecho, obligando a los
lanceros regulares a formar apresuradamente alrededor del sacerdote de Sigmar
que nos acompañaba en la expedición, el cual levantando su bastón de mando
consiguió mantener la formación el tiempo suficiente como para que nuestro
señor pudiese reaccionar y contracargar a las tropas enemigas, entablando un
combate singular contra su rey.
En el centro de nuestra formación, los grandes espaderos,
veteranos de la batalla del Paso del Fuego Negro, avanzaron hacia donde una
horda de caballeros esqueléticos estaba preparándose para romper por completo nuestro
frente de combate, mientras los proyectiles no dejaban de caer sobre los
arcabuceros que intentaban devolver el fuego en vano, ya que por muchos
enemigos que desintegrasen, un extraño deseo les hacía volver a levantarse una
y otra vez. Fue entonces, en el momento más álgido de la batalla, cuando las
arenas que pisábamos se arremolinaron fuertemente y de ellas surgieron
criaturas enormes de forma escórpida con cuchillas afiladas, emboscando a
nuestros hombres y desorganizando a nuestras tropas. Uno de estos enormes
monstruos frenó a nuestra caballería cuando se disponían a ganar la retaguardia
enemiga, mientras que los otros se nos enfrentaron directamente a mis
compañeros y a mí en un intento de controlar el centro del campo de batalla.
El miedo cundía entre muchas de las tropas y nuestro
general, superado por la situación, acabó cayendo en combate contra su líder
tras ser golpeado por su contundente mayal, adornado con los cráneos de sus víctimas, mientras la moral de los
hombres se quebraba.
Con los arcabuceros
diezmados, el centro de nuestra formación desaparecido y la caída del conde en
el flanco derecho, todo parecía indicar que estas arenas serían nuestra tumba,
pero es en el momento más oscuro de la noche cuando las antorchas brillan con
mayor intensidad. Los heroicos grandes espaderos, luchando por proteger a
Wilhelm, se abrieron paso acabando con los caballeros de Lahmia hasta el lugar
donde uno de los lugartenientes enemigos se encontraba, y con un gesto
arrogante del viejo mago contestado por
otro de indiferencia del príncipe enemigo se batieron en duelo. El anciano
parecía no tener nada que hacer contra el desafiante ser animado por magia
oscura, pero no sé si por astucia o insensatez, hizo uso de un extraño
artefacto que tenía en su poder, el cual le imbuyó con la fuerza de su
adversario y de un único golpe de bastón
desintegró el cráneo de su rival.
Este heroico hecho apenas influyó en el corazón del resto de
sus congéneres, que parecían haber perdido toda esperanza mientras el rey
enemigo, herido de gravedad en su combate contra nuestro señor, no cesaba en su empeño de querer aniquilar
todo rastro de vida lanzándose a la carga contra los últimos milicianos que
valientemente cubríamos la huida de las tropas regulares. Avelín, quién apenas
se mantenía en pie tras conseguir esquivar el último ataque, y paralizado
debido a la magia que emanaba de los brazaletes dorados del enemigo, levantó su
arma y lanzó con toda su energía restante un último golpe contra la momia,
clavando su cuchillo en una extraña joya con forma de insecto que explotó
acabando con la voluntad del rey.
Pero estas no serían las únicas heroicidades que quedarían
en nuestro recuerdo. Con nuestro ejército en desbandada y nuestro general
muerto, un destacamento de ballesteros de la milicia, en una última salva
afortunada justo antes de huir tras la desaparición de la unidad a la que
apoyaban, alcanzaron a su sumo sacerdote y su ejército comenzó a desmoronarse
lentamente como montañas de polvo en el desierto.
En una batalla tan encarnizada cómo está, cada pequeño
objetivo contaba y pese a haber sido sorprendidos inicialmente y a pesar de las
dolorosas bajas sufridas, entre ellas la de nuestro conde, conseguimos igualar
la contienda y retirarnos a tiempo como para no sufrir una aplastante derrota y
gracias a la muerte de su mago oscuro evitamos que nos persiguiesen en nuestra
retirada.
Denostados, al volver a nuestra patria, fuimos recibidos como héroes, la historia de cómo Avelín había acabado con el líder enemigo le valió ascensos y reconocimientos, pero al poco tiempo comenzaron a sucederle cosas fuera de lo común, la mala suerte, las enfermedades y la muerte se volvieron frecuentes no solo en su vida si no en la de todos los que lo rodeaban como si de una extraña maldición se tratase…
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