¡Buenos días perdidos (y condenados) por la disformidad! Hoy vamos a echar el día con un poquito de trasfondo, pero nos vamos a salir de la temática habitual, puesto que hoy compartiremos un relato de Reik. Pero no, no va de Condes Vampiro (¿o sí?), ya que esta vez está ambientado en el futuro lejano en el que solo hay guerra. ¿O no?
Matthias Skroler era un pobre hombre más del mundo colmena de Pinus Prime, ya anciano con apenas 50 años. Lo único que podía diferenciarlo de tantos otros era su alegría, recientemente incrementada al verse convertido en bisabuelo. No tenía nada de valor salvo su familia y, aunque disfrutar de ella era algo que no ocurría con demasiada frecuencia, sólo necesitaba esos momentos para sentir que su vida era plena.
Matthias ni siquiera se había planteado, desde que escapara de su auténtica familia huyendo de paso de un futuro prometedor, si aquello que pasaba entre descanso y descanso podía llamarse vida. Él estaba enamorado, lo estuvo desde el día en que la vio en una visita de cortesía del afamado comerciante libre Ethan X’orn, el conquistador, el azote de los xenos, su padre. Escapar fue sencillo, como lo fue esconderse en un estrato tan inferior de la sociedad. Quién iba a pensar que alguien, por propia voluntad, estaría dispuesto a arrojarse al barro, a renunciar a todos los placeres, lujos y comodidades inimaginables para acabar trabajando jornadas interminables, malviviendo y comiendo día tras día la misma bazofia.
Estaba bastante seguro de que su padre no lo buscó, si llegó a pensar que se había escapado también supondría que volvería con el rabo entre las piernas. Probablemente se regodearía con la paliza que le daría cuando regresara y, cuando no lo hizo, simplemente lo olvidó. Hacia él, sólo había sentido una responsabilidad impuesta por otros, nunca el amor que él sí había sentido hacia sus tres hijos, sus cuatro nietos y, ahora, hacia su bisnieto. Ese sentimiento, el amor familiar, era lo que lo había mantenido en pie durante todos esos largos años de miseria, lo que hacía que todo mereciera la pena al final del día, ese sentimiento que ahora se convertía en el más absoluto pavor mientras las explosiones se sucedían por toda la ciudad.
Matthias corría lo que podía, que no era decir mucho. Los bombardeos eran incesantes. La cacofonía de sonidos era abrumadora; gritos de soldados, proclamas por la libertad, disparos incesantes de bólter. Hacía décadas que no los escuchaba, pero nunca podría olvidar como sonaban las armas astartes. Por qué los atacaban era algo que ni sabía ni se iba a parar a preguntar. Desde la primera explosión su única preocupación era poner a su familia a salvo. Había mandado el mensaje, su familia debía resguardarse en el único sitio que pensaba que podría ser seguro. Un lugar que descubrió sin querer y que guardó de todos, no sabía muy bien por qué. Pudiera ser que inconscientemente lo guardara para un momento como ese, pero mentiría si dijera eso. Lo guardó por simple supervivencia, porque él sabía mejor que nadie que existían misterios en la galaxia que era mejor que nunca se supieran, misterios que condenaban a los inocentes que los descubrían.
Como esas habilidades que ahora había mostrado, simplemente porque el precio de seguir ocultándolas era demasiado alto, como antes lo hubiera sido mostrarlas. Ya afrontaría el momento de dar explicaciones. Matthias paró en seco cuando vio como la calle que quería coger estaba colapsada. Los soldados de Pinus, totalmente cubiertos con sus características ropas de combate, intentaban frenar una acometida de no más de cinco astartes, que avanzaban sin miramientos ni compasión. No se quedó a ver como se desarrollaba la carnicería, dio media vuelta y buscó mentalmente un camino secundario.
Durante más de dos horas Matthias estuvo recorriendo la ciudad, esquivando patrullas, escondiéndose de los combates y avanzando con toda la cautela que el pánico le permitía. Tal era la tensión que incluso un par de veces sintió el dolor lacerante de verse alcanzado por el fuego cruzado, sintió como la sangre salía de las heridas recibidas, pero al mirar no había nada, ni herida, ni sangre, nada, sólo la fría sensación del miedo que no le dejaría hasta que pudiera llegar a la Capilla. Así llamaba al pequeño escondite que descubrió hace cerca de treinta años. Lo tenía en mente siempre por la extraña sensación que le causaba, una mezcla de calma, poder y culpa. Tras una puerta semiderruida, atravesando varios pasillos laberínticos largo tiempo abandonados, se llegaba a una habitación, cubierta por el polvo de incontables años de olvido. La Capilla, que no era una sala especialmente grande, era custodiada por dos imponentes esculturas de marines espaciales de bella manufactura y coronada por un altar con símbolos imperiales.
Matthias nunca había sabido si los emblemas se habían deteriorado por el paso del tiempo y el abandono o si fueron destruidos a conciencia. Se imaginaba la impresión que se llevaría su familia al entrar. Ahora que se acercaba podía visualizarlos admirando las estatuas, asustados de la blasfemia que representaban los símbolos mancillados o discutiendo sobre como su padre se había comunicado con ellos telepáticamente. Tenía todas las explicaciones preparadas, pero nunca saldrían de su boca.
En el suelo, ante los ojos inertes de las estatuas, se encontraba los cuerpos sin vida de dos marines espaciales, con las armaduras negras abiertas en multitud de sitios como si estuvieran hechas de papel. A su alrededor había decenas de soldados muertos, algunos de ellos aún agonizaban en el suelo con heridas que hacían presagiar un único desenlace. Sólo cuatro de ellos parecían haber sobrevivido a la masacre perpetrada en aquel lugar. Observó mientras se acercaba lentamente que los soldados tenían lo que, supuso, eran mejoras mecánicas, ya que llevaban una especie de brazo adicional acabado en garra. Le daban la espalda cuando entró por lo que no fueron conscientes de su presencia hasta que les habló, aunque hubiera deseado no haberlo hecho. No por el miedo irracional que le producía el aspecto de los soldados, desprovistos ahora de las ropas que ocultaban sus extraños rasgos, sino por lo que vio tras éstos cuando, amenazantes, se movieron hacia él.
Apilados como si fueran simple mercancía se encontraban los cadáveres de toda su familia, desangrados, destrozados e incluso mordidos. Matthias cayó de rodillas al suelo mientras los soldados, o criaturas, se abalanzaban hacia él. Sabiendo que no tenía nada por lo que vivir, nada que le importara, se dejó ir. Embargado por la aflicción, la pena y la culpabilidad gritó, dejando que todo lo que fluía por su interior, todo lo que había controlado durante años, saliera junto a un lamento de puro dolor. Sintió como se desgarraba al dejar que las energías que podía manejar desde que era un crío salieran de él. Sintió, aun con los ojos cerrados, como la ola de energía alcanzaba a aquellos desalmados y los despellejaba hasta dejarlos calcinados.
Cuando abrió los ojos fue incapaz de ponerse de pie. No era el dolor físico el que le impedía moverse. Su familia, aquello que daba sentido a su vida, había sido destruida. No podía acercarse hasta ellos. Entonces lo vio. Uno de los soldados había sido lo suficientemente rápido para esconderse. No estaba intacto pero las heridas no parecían tener demasiada gravedad. Matthias no podía moverse, tampoco quería. Su destino estaba en la muerte, junto a su familia. El soldado le dijo algo de la ascensión. Dijo muchas más cosas mientras sacaba un cuchillo oxidado y lo equilibraba, disfrutando del momento antes de matarlo. Matthias no se dignó a mirarlo. Sintió como el cuchillo caía inexorable hacia él cuando escuchó ese sonido. Igual pero diferente. Los bólteres dispararon al unísono mientras el polvo acumulado de incontables décadas caía de las estatuas con el retroceso de las armas.
Skroler entró en la Capilla sintiendo como una oleada de puro asco recorría su cuerpo. No era la matanza lo que producía aquella sensación. Había visto matanzas inconcebibles, había visto engendros disformes que escapaban a toda comprensión. No podía ser eso. Lo que le daba asco era ver en lo que se había convertido.
Recordaba haber visto a aquella niña, haber pensado en seguirla, abandonando a su padre, pero se estuvo quieto, en su sitio, hasta que dejaron Pinus Prime. ¿En qué momento había decidido dejarlo todo? O, mejor dicho, ¿quién había cambiado el flujo del tiempo para que Skroler, el Insondable, del culto del tiempo, no hubiera alcanzado su destino? Por suerte saltó de línea temporal cuando la suya se fracturaba a tiempo para ver dónde se desviaba y la dejó seguir por curiosidad. Si no se hubiera vigilado, si no hubiera hechizado a su versión débil y enamorada para que el tiempo retrocediera cada vez que moría, las consecuencias podrían haber sido catastróficas. Sus dos leales guardaespaldas cargaron a un exhausto Matthias Skroler, al que debían defender siempre, fuera cual fuera la versión.
Ahora tenía la oportunidad de dejar la línea temporal como debía estar. Ya fuera devolviendo la juventud a su yo anciano para convertirlo en lo que debería haber sido o cambiando el flujo del tiempo una vez más para matar a la niña antes de que sus miradas se cruzasen. Tenía que esperar y calcular bien. Por suerte, el tiempo siempre estaba de su parte.
Me ha encantado Reik. Mi más sincera enhorabuena. Has conseguido tenerme enganchado leyendo mientras pensaba si Matthias era un cultista, un xeno o un pobre ciudadano imperial q descubría sus poderes psíquicos por "azar". Un saludo y te animo a colgar más de estos relatos!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro que te haya gustado!
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