¡Buenos días! Hoy pretendo sorprenderos un poco, y es que queda aproximadamente una semana para el torneo que organizan los compañeros de Albahammer. Dicho torneo además acepta relatos de trasfondo acompañando a las listas, y yo he enviado este que os adelanto, para la lista de Reyes Funerarios que me prestarán Korhne y Gortein. ¿Habrá análisis de lista?
El sol brillaba en su cénit y no
corría ni una mísera brizna de viento. Cualquier soldado estaría sufriendo
sobremanera si tuviera que esperar durante horas, y luego luchar durante otro
tanto bajo aquel sol inclemente. Pero Nassor ni lo notaba. De hecho, el sol
siempre sería su aliado.
La guerra siempre es guerra, pero
aquello no era como antes. Aquel lugar estaba muy lejos de casa. Y no solo en
el aspecto de distancia…sino en el plano temporal. Hacía muchos siglos que la
casa de Nassor había sido reducida a un recuerdo por el tiempo, la arena y el
viento.
La guerra siempre es guerra, y en
un tiempo muy lejano Nassor había librado muchas batallas, defendiendo su hogar
y su ciudad, tanto contra extranjeros como contra otros nehekharianos. Pero
ahora las cosas eran diferentes, ahora no tenía nada que defender, y le daba
absolutamente igual. Para muchos aquella maldición era una condena eterna pero
Nassor ahora seguía haciendo lo que antaño erizaba el vello de su piel,
lanzarse a la batalla con la ardiente pasión del guerrero.
Hacía muchos siglos que Nassor
había muerto, pero no había sido derrotado, y tras tanto tiempo, Ptra y el
resto de dioses se debían haber dado cuenta de su error. Un guerrero no debía
perecer por una plaga, un guerrero debía caer en batalla. Pero Nassor había
obtenido ya la victoria sobre la muerte, ya nunca caería en batalla…pero podía
dispensar ese honor a muchos enemigos por venir.
El sol brillaba en su cénit, no
corría una mísera brizna de viento. El carro de Nassor vibraba a toda velocidad
mientras se lanzaba hacia el enemigo. A su lado Thabit dirigía con maestría a
aquellos corceles esqueléticos, como lo había hecho en tiempos inmemoriales. A
Nassor le encantaba la sensación del aire contra su cara mientras se acercaban
al enemigo, ya no lo podía sentir, pero lo recordaba vivamente.
En el carro de al lado, el rey
Mahaes II se alzaba imponente, dirigiendo la carga como tantas otras veces.
Nassor disfrutaba de poder volver a acompañarle en batalla. Aquel ser era tan
devastador como lo había sido en vida, pero ahora sus enemigos se aterraban al
verle incluso sin conocer su nombre.
El enemigo se encontraba luchando
cuerpo a cuerpo con los guardianes, en su falange perfecta. Escasos segundos
les separaban de las cuchillas de sus carros. Nassor giró su esquelética cabeza
y unas cuencas vacías dirigieron su atención a aquellos desgraciados. Nassor
había vivido por esos instantes, en que a toda velocidad se convertía en una
herramienta de los dioses. Si pudiera gritar de éxtasis lo haría, pero su
cuerpo ya no se lo permitía. No importaba, en breve los gritos que se oirían
serían otros.
Mola, tío.
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